Llegas a casa y la encuentras dormida

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Te apoyaste en la puerta mientras la cerrabas tras de ti. Aunque te sentías cansada, no podías ocultar la sonrisa que se dibujaba en tus labios al pensar en Jisoo.

Encontraste fuerzas para quitarte los zapatos de los pies y colocar las llaves en el gancho junto a la puerta. Miraste alrededor de la habitación y fue entonces cuando te diste cuenta de lo quieto y silencioso que parecía estar todo. La televisión estaba apagada y Jisoo no aparecía por ninguna parte.

No pudiste evitar fruncir el ceño. Tu día no había sido del todo bueno, así que estabas deseando que te atrajera a sus brazos y te diera el consuelo que parece que sólo ella puede darte.

Apagaste las luces y subiste las escaleras. -¿Jisoo? -La llamaste, esperando escuchar su dulce voz como respuesta. Pero no hubo más que silencio.

Hasta que te acercaste a la puerta de tu habitación. Sólo estaba abierta una rendija, pero se oía el diálogo de la televisión.

Por curiosidad, la abriste hasta el final y entraste. Te esperaba la imagen más adorable: Jisoo acurrucada en tu lado de la cama, con la mejilla apoyada en tu almohada y la manta con la que se había tapado antes deslizándose sobre ella.

Se debatió seriamente en tomar una foto para atesorar el momento durante todo el tiempo que pudiera. Pero tus pies se movieron por el suelo y como ella no dormía profundamente, sus ojos se abrieron.

Te arrodillaste en el suelo frente a ella. Acariciaste su cálida mejilla y ella esbozó una sonrisa antes de agarrar suavemente tus dedos y besar a través de ellos y tus nudillos.

-¡Estás en casa! -Dijo felizmente.

-Estoy en casa. -Se rió. Su pelo estaba un poco desordenado de tanto rodar por la cama. Te encontraste acomodando algunos mechones sueltos que colgaban cerca de su cara justo detrás de su oreja.

-¿Estás bien? No esperaba que estuvieras durmiendo. -Murmuró.

-Estoy bien. Sólo me quedé dormida esperándote. -Ella se dio la vuelta y estiró los brazos y las piernas, un suave suspiro se escapó de sus labios al hacerlo. -Pero ahora estás en casa, así que estás obligado a acompañarme y darme mimos ahora.

Te reíste pero aceptaste. Subiendo felizmente a su lado mientras ella se acercaba, te pusiste cómodo bajo las mantas. Ella apoyó su cabeza en tu hombro y exhaló un suspiro de felicidad cuando la rodeaste con tu brazo.

-¡Te he echado de menos! -sonrió.

-Yo también te he echado de menos -dijiste mientras cerrabas los ojos justo cuando su aliento se abanicaba contra tu piel, dispuesto a disfrutar de cada segundo del resto de la noche con ella.

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