(+21) (Libro 3) Las situaciones que sucedieron entre Adrián y Alysha causaron lo dolorosamente inesperado. Sin embargo, a pesar de que la última intención del médico cirujano fue para protegerla de sí mismo y sus demonios, este no pudo evitar que un...
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Capítulo 1.
Hoy, 20 de junio, día en el que me di cuenta que, verdaderamente, estaba en la fase final de mi internado. Convertirme en médico estaba más cerca de lo que creí.
Sin embargo, ese hecho no me preocupaba. Al contrario, me hacía sentir bien conmigo misma en el ámbito profesional.
Sólo había un futuro problema...
La residencia.
Esas dos simples palabras llenas de compromisos, sólo me hacían recordar que tendría un nuevo jefe, y que el mismo es el hombre que me había enseñado lo que es amar y sufrir en iguales proporciones.
— ¡Nere! — Mi hermano Jimmy me agitó con ansias sobre la cama. — ¡Despierta, hermanita! ¡Hoy es el gran día para joder y pasarla de puta madre! — Me quitó la sábana morada que había estado usando para cubrirme de pies a cabeza.
No sólo sentía una horrible jaqueca, sino que me di cuenta que mi cabello estaba hecho un desastre, al igual que la ropa que tenía puesta...
La misma de ayer.
— Mmm... — Yo estaba boca abajo, pero aún así coloqué una de mis almohadas sobre mi cabeza. La voz de mi hermano me resultaba chillona en el momento. — ¿Qué hora es? — Pregunté por lo bajo.
— ¿¡Qué hora es!? ¡Hora de que te alistes para tu próximo día en el internado, mujer! ¡Son las 6:30 de la mañana!
— ¿¡Qué!? — Me senté de golpe sobre la cama que se encontraba desordenada y llena de cojines, ya que se supone que tenía que estar a las 8:00 de la mañana en el hospital.
No solamente existía la posibilidad de que volviera a llegar tarde, sino que ni siquiera me había dado cuenta que desde que me tumbé en la cama ayer en la tarde, no había despertado hasta ahora. Después de una compleja discusión con Adrián Wayne, me había sentido agotada y dolida.
Comprobé que el viejo libro que me había obsequiado estuviera entre mis sábanas moradas y el grueso colchón. Volví a esconderlo bajo las almohadas, junto con la vieja carta que me había escrito.
Es doloroso leerla una y otra vez en momentos como estos, pero es mi regalo. Uno que me había dado desinteresadamente y que no valoré hace mucho tiempo por mis despistes.
— ¿Tienes la misma ropa de ayer, o te quedaste dormida mientras te vestías? — Jimmy simuló una cara de disgusto con suma gracia. — Cualquiera de las dos respuestas son válidas con la vida tan atareada que llevas.
Miré todo a mi alrededor. Estábamos en mi habitación, pero aún no caía completamente en la cuenta de lo que había ocurrido, hasta que recordé que ni siquiera había programado la alarma de mi teléfono.
