Prólogo

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Nieve, eso era todo lo que podía verse. Estaba oscuro y hacía frío, demasiado para una pequeña niña sin apenas ropa con la que abrigarse.

Estaba perdida en sus pensamientos mientras la mano de aquel hombre la guiaba, ni siquiera recordaba su rostro ni quien era. Había pasado mucho y el recuerdo se veía borroso. Lo único que sabía con certeza era lo que sentía, el invierno más helado que recordaba y aquellas enormes puertas que se posaron en sus ojos de la nada.

No tenía idea de cuando había llegado hasta ahí, pero seguía sin liberarse del agarre. De pronto la puerta se abrió dejando ver a un sirviente que les dejó pasar.

Olía a muerte, sangre, maldad y a una pizca de canela incluso. Era un castillo enorme se mirara donde se mirara y uno bastante lujoso. Era algo increíble a ojos de la pequeña de cabellos rubios.

Entonces apareció el ser a quien serviría por el resto de su vida. Una mujer alta, casi rozando los tres metros, vestido blanco que marcaba sus curvas, cabello corto negro tapado con un gran sombrero de mismo color que el vestido, bajaba por las escaleras con total tranquilidad. La pequeña solo notó la tensión en el agarre, pero ella no tenía miedo. Cuando llegó frente a ellos fue cuando se dio cuenta de la enorme diferencia de altura y como la observaba.

Era una presa a sus ojos.

-¿Esta todo listo?-el hombre asintió y soltó la mano de la niña para empujarla hacia ella.

-Te traje lo que querías, es joven y dista mucho de ser torpe. Te durará mucho más que el resto de sirvientes que tienes.

-Um, perfecto entonces. Ya creí que no cumplirías tu parte del trato.-le lanzó una bolsa repleta de monedas doradas-. Ahora marchate y no regreses por aquí a menos de que quieras ser mi próxima víctima.-él asintió frenéticamente y salió como alma que lleva el diablo por las puertas del castillo-. Ahora.-se agachó quedando a la altura de la asombrada criatura que no dejaba de mirarla-. ¿Cuál es tu nombre pequeño cervatillo?

La nena se quedó quieta analizando las palabras. Por suspuesto que las entendía pero no era capaz de articular nada. Entonces una mano enguantada tomó su rostro levantándolo para ver a su dueña a los ojos. Ojos dorados que parecían devorarte el alma en segundos.

-No me gusta repetirme. Responde a la pregunta.

-Elizabeth.-y lo que ocurrió después fue algo que la vampira no se esperó. Una sonrisa inocente hacia ella, la única que vería por su parte hasta muchos años después.

-Para ti seré Lady Alcina Dimitrescu. Servirás a este castillo bajo mis órdenes por encima de nadie y las de mis hijas ¿Queda claro?

La joven quien podría tener perfectamente seis años de edad puso su mano derecha en su corazón y se inclinó con total respeto.

-Por supuesto, Lady Dimitrescu.-respondió totalmente hipnotizada por aquella mirada.

Algo que duraría para siempre a ojos de ella.

(Aviso a nuevos lectores, los primeros capítulos del 4-10 estan desordenados. Si queréis disfrutar de la historia, estar atentos a los números de cada capítulo).

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