Capítulo 4

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Las cosas no parecían haber mejorado mucho para la líder de los Dimitrescu, era cierto que se había calmado bastante al probar la sangre de su sirvienta preferida, pero las incontables reuniones "importantes" empezaban a agotarla. Esas cosas no pasaron desapercibidas por sus hijas ni por la rubia quien intentaba estar al tanto sobre su estado.

Justo en ese momento Elizabeth caminaba por los pasillos controlando que todo estuviera en perfecto estado cuando escuchó gritos de nuevo, pero esta vez dirigidos a un invitado no deseado en ese momento.

-¡Sigues siendo tan estúpida como siempre, ni esa enorme cabeza te sirve para pensar!-una voz de hombre.

-Oh dice el perro pulgoso que no es capaz de caminar sin el rabo entre las piernas, deja de molestar en mi palacio y buscate otro hueso que morder.-y la voz de su señora.

Heisenberg.

Era claro que se trataba de él, era uno de los únicos que podía sacar de quicio a Alcina de esa manera.

-¡Largate de mi castillo ahora!

Y tras ese grito le vio recorrer el pasillo donde ella se encontraba.

-Rubita.-saludó con su sonrisa ladina.

-Perro.-dijo de la misma manera-. ¿Cuándo dejarás de molestar a mi señora? Tus constantes visitas nos agotan a todos.

-El día que me aburra de joderla y ya te aviso que no pasara pronto. Además hay cosas que discutir entre todos y llegar a un acuerdo con "doña perfección" es imposible.-ambos oyeron un golpe en la pared.

-Vete ya si no quieres que tu cabeza sea la próxima cosa golpeada, pulgoso.

-Como digas sirvienta teñida.-se dio la vuelta alegremente mientras Elizabeth apretaba los puños.

-El día que pueda darte una paliza dejarás de llamarme teñida, imbécil.-musitó entre dientes. Siguió su camino viéndola a ella.

Quería acercarse. decirle que todo estaba bien y que debía calmarse. Quería asegurarle que no estaba sola. Pero era incapaz de acercarse a decírselo. Un impulso dentro de ella la intentaba obligar a caminar y una voz lejana repetía una y otra vez "hazlo". Suspiró levemente y se acercó a ella tomando su mano. No sentía su piel a causa del guante negro, pero sabía que estaba fría. Cuando deslizó su mirada viéndola solo pudo sumergirse en aquellos hermosos ojos dorados.

-No hay de que preocuparse, esta todo bien ahora. No tiene más reuniones hasta dentro de unos días, aproveche ese tiempo y descanse como se merece.-entrelazó sus dedos con los de ella y dio suaves caricias-. Puedes contar conmigo para lo que necesites mi Lady.-sonrió como siempre hacía frente a ella.

Alcina la miraba sin comprender la situación, pero el tacto no la desagradaba, más bien se sentía cómoda. Sus ojos se fijaron en aquellos orbes verdosos mientras sus nervios se calmaban poco a poco ¿Cómo era posible que un humano la tratara así? ¿Por qué no la temía?

Elizabeth siguió durante unos segundos más para posar su otra mano en la cintura de ella, con gran esfuerzo por la diferencia de altura, y la empujó suavemente.

-Acomodare una de sus salas para que pueda estar tranquila.-la soltó y se inclinó desapareciendo de su vista.

-Esa humana.-susurró Lady Dimitrescu mirando a su mano. Sentía calor, el calor que ella la había dejado. Se había ido demasiado rápido para su gusto y no tenía pensado dejarla marchar sin más.

Desde una de las esquinas se escuchaban pequeñas risas de cierta vampiresa que se había emocionado con la escena.

-Tengo que hacer esto más veces.

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