Capítulo 91

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La fiesta duró hasta altas horas de la noche y no era para menos. Los invitados se fueron y las sirvientas ya tenían trabajo para la mañana siguiente.

-Míralas, parecen angelitos.-bromeó la menor viendo a sus tres cachorritas abrazadas entre si mientras dormían.

-No han parado hasta que se han caído del sueño.-la siguió Alcina con una sonrisa en su rostro-. ¿Vamos?-la menor asintio decidida a tomar a una de sus pequeñas entre sus brazos hasta que Judy la detuvo.

-Me haré cargo de ellas, hoy es vuestro día y noche.-las sonrió-. Sus hijas tenían preparada la pequeña caseta de aquí al lado para vosotras.-Alcina levantó una ceja mirando específicamente a su esposa quien reía nerviosa.

-Una pequeña sorpresa.-respondió como si la leyera la mente-. Te las encargamos, solo ten cuidado con ellas.-Judy asintió y la empujó suavemente antes de susurrarle ciertas palabras.

-Espero que no os escuche desde aquí.

Elizabeth echó a reír sin poder evitarlo y tomó la mano de su amada para que ambas corretearan hacia la casa de madera. Una vez entraron por la puerta el olor a lavanda y velas aromáticas inundaba sus fosas nasales. Con tan solo ver los pétalos formando un camino hasta la cama la dio a entender de que iba todo esto.

-¿Noche de bodas?

-Noche de bodas.-afirmó besándola con ganas mordiendo levemente su labio inferior.

Elizabeth cayó sobre la decorada cama dejando que Alcina besara su cuello llenándolo de labial mientras ella quitaba su vestido con cuidado de no romperlo. Notó la lujuria en sus ojos y como sus pupilas se dilataban cada vez que escuchaba sus pequeños jadeos al besar ciertos puntos.

-Muerdeme.-pidió alargando sus uñas para hacer pequeños cortes y beber de ella-. Marcame como solo tú lo haces.

Un ligero gruñido salió de la vampira mordiéndola bruscamente provocando que un gemido saliera desde lo más profundo de ella. Alcina bebió con ansias, adoraba su sangre por encima de todo y ambas lo sabían. Sus frías manos pasearon por su cuerpo quitando su traje de la misma forma para dejarla desnuda bajo ella. Sus ojos visualizaban todo su hermoso contorno y sin previo aviso pegó su boca a sus muslos dejando grandes marcas en ellos.

Elizabeth jadeaba ahogando sus gemidos lo máximo que podía y eso a la matriarca no le gustó nada. Fue por eso que su lengua entró directamente en ella llegando a lo más hondo haciéndola chillar de placer.

-¡A...Alcina!-gimió sintiendo mil cosas en su interior, cosas que solo aquella mujer podía hacerla sentir.

-¿Quieres que pare?-sonrió de lado separándose de ella y haciéndola sentir aún más desesperación.

-¡No! ¡Alci por favor!-suplicó tomando sus manos. Iba a seguir pidiendo pero sus labios se juntaron con los de Alcina callandola por completo mientras sus largos dedos entraban en ella golpeandola con fuerza. Sus sonoros gemidos llegaban directamente a la boca de Lady Dimitrescu, la cual los disfrutaba aumentando cada vez más la velocidad.

En cuanto su pulgar se posó en su endurecida bola de nervios moviéndola al son del resto de sus dedos, la menor gritó aún más viniendose por completo. Alcina siguió moviendo sus dedos, esta vez más despacio ayudando a que se la pasara el orgasmo antes de sacarlos y de separarse de ella.

-Te... Toca...-dijo con un simple suspiro antes de empujarla a la cama y marcar su cuerpo con sus colmillos-. Dame un momento, tengo una pequeña sorpresa para ti. Pero tienes que ser buena y cerrar los ojos.

No me fío nada.

-Hm.... Esta bien.-decidió confiar cerrando los ojos. Sintió como Elizabeth ya no estaba en la cama, ni cerca de ella. Eso la desesperaba, pero la lejanía no duró demasiado. Después de escuchar el sonido de algunas cosas abriéndose y cerrándose volvió a notarla a su lado, pero no fue lo único.

Frío. Algo frío moviéndose por su vientre haciéndola estremecer hasta el punto de agarrar las sábanas debajo de ella. Intentó hacer fricción con sus piernas al notar que esto sería largo, pero mayor fue su sorpresa cuando la rubia las separó pasando el mismo frío por sus muslos y sus ingles. Abrió los ojos de golpe viendo lo que era.

Una bandeja con unos pocos trozos de hielo reposaba en la mesilla, ahora las cosas se aclaraban. Elizabeth sonrió con sus ojos ahora amarillentos y lamió el hielo lascivamente frente a ella.

-Muy mal.-se acercó a ella susurrando-. Aún no te dije que podías mirar, eres una chica muy traviesa Alci.-dejó besos por su mandíbula sin dejarla excusarse-. Y a las niñas malas hay que castigarlas.

¡¿Qué?!

-¿De qué estas ha..?-sintió aquel frío dentro de ella y soltó un gemido ante el imprevisto.

No me digas que vas a dejarme con eso puesto.

Su mirada suplicante lo decía todo en ese momento haciendo reír a la menor.

-No, hoy es nuestra noche de bodas. No sería tan cruel.-mordió su labio dejando caer sangre sobre el pecho de Alcina-. Solo te haré sentir bien.-dijo antes de lamer.

En ese momento sentía lo mismo que la rubia había sentido antes, un calor extremo derivado de la sangre y de su fuego interno y un frío excitante que solo la estimulaba más. Era fascinante.

Jadeos y gemidos salían de ella al verla y sentirla lamer todo su cuerpo como si de un dulce se tratase mientras los hielos que iba colocando en su interior se derretían. No lo aguantaba más, era demasiado esperar con esas provocaciones. Fue por eso que junto sus piernas de nuevo intentando complacerse así misma.

Nada funcionó, excepto cuando la fina lengua de su amada bajó por donde quería haciéndola separar las piernas.

-Probemos como sabes ahora mi amor.-murmuró con voz ronca saboreando los alrededores, pero no su interior.

-¡Sé que te estas vengando por lo de antes! Tú lo dijiste, es nuestra noche no me dejes así.-pidió sabiendo que no entraría hasta escucharla. La menor asintió complacida por sus divinas palabras y entró directamente colocando sus piernas sobre sus hombros.

Cuanto más se movía su lengua, mayores eran los gemidos de Alcina y mayor era su agarre sobre las sabanas. Su espalda se arqueó y su abdomen se encogió cuando llegó el momento del éxtasis que tanto esperaba, soltándolo todo y gritando su nombre.

Ambas cayeron en la cama tomándose sus manos con una sonrisa.

-Creo que no estas preparada para otra ronda.-rió viendo como apartaba su cabello de su sudorosa frente.

-Oh callate, ni que tu pudieras ahora.-la pico de la misma manera.

-Pero mira lo que encontré.-sacó algo de un cajón haciendo que Alcina sintiera el verdadero temor.

-¡¿Cómo lo encontraste?!-intentó quitarle el dildo de las manos.

-Esa no es la pregunta correcta.-lo volvió a guardar-. Sino...¿Estas lista para que lo use contigo?-los ojos de Alcina se pusieron en blanco.

-Ni de coña. Me niego totalmente.-dijo sin más volteando su cabeza-. ¡No me pongas ojos de corderito!

-Porfi Alci.-pidió sin quitar el gesto.

-No.

Vale que domine a veces, pero yo a eso no me rebajo. Ah ah, no.

-Algún día lo aceptarás.-dijo burlona.

-¡Nunca!-gritó y la golpeó con la almohada para que quitara esa cara, a lo que ambas empezaron a reir.

Un momento después tomaron sus manos juntando sus anillos y ambas piedras brillaron con su sangre llenandolas de alegría.

-Ahora y siempre Alci.

-Ahora y siempre.-asintió dándola un último beso antes de caer ambas rendidas por el cansancio. Demasiada tensión acumulada las había llevado a eso.

Lo que ninguna pensaba era en lo gracioso que iba a ser al día siguiente cuando ambas tuvieran que volver al castillo llenas de marcas de mordiscos y tuvieran que ocultarse lo mejor posible de las niñas.

Por obvias razones ellas ya sabían que habían hecho.

Eres mi único pensamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora