Capítulo 24

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Los días se habían vuelto más agotadores y tensos para la matriarca de la familia Dimitrescu. Cada vez había más asuntos de los que encargarse, más problemas que la agobiaban y mayor responsabilidad con la que cargar. Elizabeth notaba todos estos detalles día a día y cada vez la gustaba menos por lo que trató de hacer algo por ella.

Alcina acababa de regresar de otra de sus reuniones totalmente cansada y sin ganas de otra cosa que no fuera acostarse en la cama. Se extrañó al no ser recibida por la rubia quien siempre la esperaba como un cachorrito cuando su amo se iba de la casa. Negó con la cabeza restándole importancia al asunto y subió las escaleras hasta llegar a su alcoba. Fue abrir la puerta y encontrarse con velas aromáticas encendidas y la rubia esperándola.

-Al fin llegaste, ya temía que pasaras la noche entera fuera.

-Querida ¿Qué es todo esto?-señaló su cuarto.

-Nada, solo una pequeña muestra de afecto.-tomó su mano dejando un beso sobre ella-. Quitate la ropa y ponte cómoda Alci.

¿En qué estarás pensando?

No quería darle muchas vueltas ya que el cansancio podía con ella así que simplemente se quitó los tacones y el vestido junto con su sombrero y sus guantes y fue a ponerse su ropa para dormir.

-No te la pongas hoy, acuestate.-notó pequeños empujones por parte de la humana y se echó en la cama-. Boca abajo amor.-gruñó mirándola de reojo.

-Eli no estoy muy de humor para...

-Tú hazme caso.-la cortó sin más esperando a que se moviera. Así lo hizo y apoyó su cabeza en sus brazos todavía sin compreder la situación.

-¿Ah?-sintió algo frió caer por su espalda y antes de girarse pudo ver ligeramente como Elizabeth se sentaba sobre ella y posaba sus manos en su espalda-. ¿Pero que se supone...?-se calló del todo al momento que la rubia ejerció presión sobre ella y comenzó a masajear su enorme espalda.

-Estas tensa, intenta relajarte no te voy a comer.-bromeó siguiendo el masaje por los puntos donde notaba más nudos. Subió por los hombros quitando todo el estrés posible de la mayor quien soltaba algún que otro suspiro.

-Dios tienes unas manos mágicas. -murmuró sin apenas moverse. La contraria soltó una pequeña carcajada y siguió con lo suyo hasta que hubo un momento donde bajó sus manos hasta su cintura haciéndola estremecer. Quiso probar algo a lo que Alcina se dio cuenta-. ¡No lo hagas! Eli ni se te... Ah~.-la joven había apretado en cierto lado descubriendo un punto de la mayor quien no dudo en taparse la boca ante el pequeño gemido.

-Recordaré este sitio.-continuó el masaje por ese sitio adrede mirando los intentos de la mayor por contenerse. Fue cuando volvió a subir y terminó pasando una toalla limpiando el aceite que no había sido absorbido por la piel.

-Has sido muy traviesa ahí.-bufó como una niña pequeña acostandola a su lado.

-No me puedes culpar.-sonrió sentándose con ella al ver sus pupilas dilatadas-. Me lo esperaba.-apartó su cabello mostrando su cuello-. Bebe.

Sus colmillos no tardaron en incrustarse en su cuello bebiendo de ella.

-No tienes que pedirme permiso para beber, soy tuya después de todo.-añadió mientras se dejaba morder.

Pronto se arrepientiría de esas palabras.

***

A pesar de esa maravillosa noche con ese lindo momento las cosas seguían de mal en peor aumentando cada vez más los nervios de Lady Dimitrescu hasta el punto donde apenas aparecía por casa. Todo esto sacaba de quicio a la menor que aguantaba noches despierta con esperanzas de escuchar la puerta e ir en su búsqueda, pero nada pasaba y para colmo las pocas veces que estaba allí estaba al telefono y con ataques de ira. Ni siquiera iba a las comidas.

Y aquella noche regresó a casa incluso más molesta de lo que se había ido. Su enfado era mayor y su estado totalmente fuera de si.

-¡Alci!-llamó la rubia viéndola entrar al cuarto-. Menos mal, me estabas empezando a preocupar y yo...-no pudo decir nada más pues lo primero que sintió no fue un beso o un abrazo, si no sus colmillos clavándose con mayor fuerza que otras veces-. Esta bien, tranquila.-acarició su espalda sintiendo sus gruñidos cada vez más sonoros.

Esta realmente molesta esta vez.

Que equivocada estaba. Empezó a sentirse mal, mareada e incluso con nauseas.

-Alci... Alcina amor estas bebiendo mucho.-trató de apartarla-. Alcina...-volvió a llamarla consiguiendo que se alejara de ella.

Lady Dimitrescu la miraba, pero no de la misma forma de siempre. Esos ojos no mostraban afecto ni nada semejante, por el contrario mostraban hambre. No era consciente de que hacía, había estado días enteros sin consumir una gota de sangre y Elizabeth pudo darse cuenta del cambio.

-Alcina, soy yo.-se levantó de la cama tomando su rostro con ambas manos.

Gran error.

Tomó sus manos fuertemente clavando un poco sus uñas haciendo que se quejara.

-¡Alcina soy yo!-entonces el gran golpe llegó. Sus garras surcaron su rostro rápidamente desde la parte inferior izquierda hasta la superior derecha tirándola a la cama de la fuerza. Su cara comenzó a arder mientras la sangre empezaba a brotar, pero no gritó.

Esta no es ella.

En cuanto Alcina se abalanzó sobre ella trató de detenerla.

-Alci esta no eres tú.-mordió su labio tratando de no gritar al sentir sus grandes uñas clavándose en su piel-. ¡Por favor vuelve de donde quiera que estés! ¡Alcina por favor regresa!-todos los intentos fueron en vano y solo ocasionaron más daños-. Alcina soy yo, Elizabeth.-volvió a intentar.

CRACK

Así sonó uno de sus huesos. Fue tan rápido que cuando quiso darse cuenta tenía su antebrazo izquierdo colgando de ella. Pero eso no fue lo que ocasionó su mayor grito.

-¡AAAHHH!-sus garras se clavaron por su abdomen atravesandolo una y otra vez-. ¡ALCINA! ¡PARA POR FAVOR!

Si vas a devorarme... Al menos dejame ver a la real. Vuelve a ser tú, por favor.

Lágrimas ensangrentadas cayeron por su herido rostro dejando que su vista se nublara al igual que sus oídos dejaran de oír con claridad. Escuchó algo más y vio lo que parecía ser la puerta abierta y tres figuras negras apartando a la vampira. A estas alturas ya no era capaz de diferenciar ningún sonido y sumió sus ojos y su consciencia en la oscuridad.

-¡RESISTE ELIZABETH!

Eres mi único pensamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora