Epílogo

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Es increíble pensar todas las cosas que habían ocurrido en aquella villa en apenas unos años. Desde la llegada de aquella rubia, las cosas en aquel hermoso y antiguo castillo habían cambiado radicalmente y nadie se esperaba todos los acontecimientos que darían lugar después de ello. Todos por una simple niña cuyo nombre es Elizabeth, aunque actualmente se la conocían por varios nombres. Entre ellos destaca el de "diosa" para el pueblo, "mamá" para sus hijas, "draga mea" o "cervatillo" por parte de su amada e incluso alguno más despectivo como "rubia teñida" o "zorra suicida".

Pero el nombre que más destacaba de todos y el que más la identificaba era el de Elizabeth Dimitrescu, esposa de Lady Dimitrescu y madre de cuatro diablillas.

Habían pasado ya diecinueve años desde que habían adoptado a su cuarta hija, Donna. Años en los que todo había sido paz, una paz que fue interrumpida por aquella maldita llamada.

Sí, había sido Heisenberg quien llamaba, pero no era para ninguna de sus bromas. Esta vez era mucho más serio.

Elizabeth fue la que se levantó a responder, pues Alcina tenía a casi tres de sus hijas sobre ella y no querían despertarlas. La de cabellos rubios escuchaba con atención lo que la decía y la matriarca pudo ver el cambio en sus ojos. Escuchó como su corazón latía mucho más rápido y vio su rostro palidecer al igual que sus manos temblar.

-¿Estas seguro, Karl?-preguntó seriamente recibiendo una respuesta afirmativa. Fue suficiente para tensarla el doble-. Voy para allá.-colgó el teléfono y empezó a vestirse sin dar ninguna explicación.

-¿Elizabeth? ¿Qué ocurre?-quiso levantarse pero ella la frenó.

-Te lo diré después, debo irme. Quedate con las niñas y no salgas bajo ningún concepto.

-¡Pero...!

-He dicho que te quedes con ellas.-abrió la puerta-. Volveré enseguida.

Lady Dimitrescu estuvo tensa por el resto del día y a la espera de su esposa. Se entretenía caminando de un lado a otro, puesto que no podía quedarse sentada sin más. Fue así hasta que la vio entrar por la puerta con el mismo semblante serio.

-¡Ya era hora! ¡Me tenías muy preocupada! ¡Te fuiste sin decirme nada de nada!-la regañó intentando controlar sus nervios.

-Lo siento, era muy urgente.-tomó aire lentamente-. Tenemos que hablar, Alci.-la mayor asintió y ambas fueron a su estudio para discutir lo que fuera que había pasado-. Planean venir aquí a investigar en la villa por los restos de megamiceta.

-¿Cómo es posible? ¡Hiciste un trato!

-Lo sé, pero parece ser que Miranda escondía muchos secretos que envuelven a la villa.-fijó su vista en el suelo intentando formular las siguientes palabras-. Y si queremos detenerlo y evitar que vengan aquí, si queremos evitar más daños... Tengo que irme.-susurró lo último.

-¡¿Qué?! ¡No!-gritó levantándose de golpe-. ¡No vas a volver a arriesgarte de esa manera! ¡No lo permitiré!

-¡Alcina!-gritó más fuerte que ella para callarla-. Alcina... Fui yo con la que hicieron un trato. Es posible que ,si demuestro que pueden confiar en mi palabra, dejen nuestro hogar en paz. Es la única manera y lo sabes. No podemos ganar en esta guerra, no con un ejercito repleto de armas contra los de nuestra clase. Y yo no soportaría perderos, a ninguna de vosotras.-voló hacia ella tomando sus manos-. Si queremos vivir en paz para siempre tengo que hacerlo. Una última vez por una eternidad juntas, ese es el precio.

-¿Por qué tienes que ser siempre tú?-interrumpió la mayor mordiéndose el labio inferior de la rabia-. ¿No nos pueden dejar vivir tranquilas? Después de todo lo que hemos pasado... ¿Por qué?-un par de lágrimas cayeron contra su voluntad y fueron sustituidas por los besos de su amada.

Eres mi único pensamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora