Capítulo 59

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Mientras las cosas parecían ir bien entre los muros del Castillo Dimitrescu, por fuera alguien estaba planeando algo en contra de una de sus habitantes.

Miranda gruñía furiosa tratando de pensar alguna forma de tomar la posesión más preciada de su falsa hija, pero no quería perder a uno de sus mejores y fuertes experimentos. No podía arriesgarse a tanto.

-¡Tengo que conseguirla!-gritó enfurecida tirando las cosas de la mesa-. ¡Esa cría puede ser la clave! Y su poco miedo, su forma de retarme es algo de admirar. Tengo que tenerla entre mis manos, debe volverse mía ¡¿Pero cómo?!

Entonces unos libros cayeron de sus estantes llamando su atención. No eran unos libros cualquiera, sino aquellos donde tenía la información de cada lord. Gracias a ello una idea saltó en su mente haciéndola sonreír mientras miraba los escudos de cada casa.

-Si tan solo pudiera hacer que Elizabeth perdiera su confianza en Alcina.... Y....-tocó uno de los escudos-. La depositara en otro que pudiera traerla hasta mi... ¿Pero quién?-se fijó en uno de los tres escudos restantes además del de las Dimitrescu-. Si. Alguien tan manipulable me puede venir bien, al fin me serás de utilidad.-sus risas aumentaron cada vez más junto al eco que la cueva donde se ocultaba producía.

Solo espera y verás querida Elizabeth.

***

Los días pasaban y con ellos el ambiente se volvía cada vez más raro. Alcina no dejaba de recibir llamadas una y otra vez de Madre Miranda. Elizabeth sabía perfectamente que buscaba fastidiarla, la agotaba mentalmente y provocaba que su estado de ánimo rozara la ira por culpa del cansancio. Por desgracia todos sus intentos por ayudar a su pareja empezaban a fracasar, daba igual lo que hiciera.

Ninguna de las niñas paso eso por alto, menos en el último intento.

-Deja que te ayude, necesitas descanso Alcina.-dijo la rubia seria.

-No necesito ayuda, puedo hacer las cosas por mi misma.-gruñó apartandola de su camino.

-¿Qué mosca te ha picado Alcina?

-Nada que te incumba. No me molestes, tengo cosas que hacer.

-Pero...

-¡Elizabeth basta!

La menor se quedó paralizada al oírla gritar de esa manera. La vampira se dio cuenta del error que había cometido al ver el cambio en el rostro de la contraria.

-Elizabeth yo lo...-antes de que pudiera continuar la nombrada agachó la cabeza y se fue de allí sin darle tiempo a más.

¿Pero qué he hecho?

Aquella tarde la rubia se mantuvo alejada de todo y de todos, quería estar a solas en su lugar de entrenamiento. No quería ser un bebé llorón, no quería mostrarse débil por una simple discusión. Pero estas cosas estaban aumentando cada vez más y no importaba cuanto fuera su esfuerzo por hacer las cosas mejor.

Negó con la cabeza, ya daba igual. Destrozó todos y cada uno de los muñecos con su lanza y aún así necesitaba más. Estaba decepcionada, triste, furiosa. Pero lo que más la dañaba era el ser incapaz de cambiar eso, si por ella fuera cambiaría su puesto por el de Alcina y la quitaría todos y cada uno de sus problemas. Pero no podía.

Mientras ella seguía peleando cierta pelirroja la miraba con pena esperando a que se calmara.

-¿Cuánto tiempo lleva allí?-preguntó Bela apareciando al lado de su hermana.

Eres mi único pensamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora