Capítulo 3

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Elizabeth miró a la furiosa Dimitrescu y negó con la cabeza sabiendo cual iba a ser el resultado. Caminó lentamente y la tomó del brazo tirando de ella para apartarla de los cristales. Ese gesto sorprendió a su ama pero su enfado seguía presente, más con la desobediencia de su criada. La agarró del cuello y la levantó a su altura apretándola con bastante fuerza.

-¡¿Quién te crees que eres para no acatar mis órdenes?!-gruñó estampando la cabeza de Elizabeth contra la pared mientras esta posaba sus manos en la suya intentando conseguir aire.

-Soy.... Soy tu sir-viente y... Busco tu bienestar.-soltó como pudo puesto que cada vez le costaba más respirar. El agarre de Lady Dimitrescu se aflojó dejándola en el suelo.

-¿Por qué dices tal cosa?-escuchó sus toses esperando una respuesta por su parte.

-Mi deber es cuidar de mi ama y señora y eso hago. Estas estresada y por lo que sé ha sido por Madre Miranda. Lo menos que puedo hacer es alejarte de cualquier daño.-empezó a recoger los cristales del suelo con cuidado de no cortarse.

-Sabes que un pequeño corte no es nada para mi.-comentó sin perder detalle en lo que hacía.

-Aún así no me podría perdonar verte con una simple herida mi Lady.-tiró los cristales en una papelera y recogió lo que quedaba por espejo-. Me encargaré de comprarle otro a juego con su tocador en mi próxima salida.

Alcina la miraba sin creerlo, casi la había partido el cuello y ella seguía allí como si nada hubiera ocurrido. Sin duda era algo extraño pero de alguna forma su enfado disminuyó casi por completo. Elizabeth terminó de recoger cualquier trozo de cristal del suelo e iba a salir hasta que un pensamiento la frenó. Por un momento había visto como los ojos de su ama agrandaban la pupila y dudaba mucho de que eso fuera por la ira que cargaba. Entonces pensó en algo que podría servirle para ayudarla, algo que la gustaría.

-¿Puedo sugerir algo?-la miró de reojo.

-Adelante.-dijo haciendo una seña con la mano restándole importancia. Eso fue lo decisivo. Ando de vuelta hacia ella y se sentó en la cama para después apartar su pelo de el lado izquierdo de su cuello-. ¿Qué se supone que...?

-Mi sangre, beba cuanto quiera mi Lady.-Alcina se sentó a su lado para estar más cerca de ella-. El estrés no es bueno, te obliga a fumar más y a enfurecerte, además no es la primera vez que notó el cambio en tus pupilas cuando estoy muy cerca. Si quieres mi sangre es totalmente tuya.-asintió al finalizar para darle a entender que lo estaba haciendo por voluntad propia. Lady Dimitrescu acarició su cuello mirándolo fijamente.

-Siempre he tenido curiosidad por tu sangre. Ten en claro que no voy a desaprovechar esta oportunidad querida Elizabeth.-dichas estas palabras clavó sus colmillos con rudeza haciendo que la rubia soltara un grito ahogado. Empezó a lamer a medida que la sangre empezaba a salir de la herida recién provocada y succionó con ansias ante tal elixir para ella.

No fue incomodo, Elizabeth sentía la sangre caliente caer y como era limpiada por la rápida y al mismo tiempo sutil lengua de su ama quien disfrutaba del momento. Pasó el rato y dejó la herida mientras se limpiaba la boca.

-Tengo que decir que hacía mucho tiempo que no probaba una sangre como la tuya. Habrá que conservarla bien.-sonrió mientras acunaba la mejilla de la menor con una mano.

-Por supuesto mi Lady.-sonrió disfrutando de aquel roce. Era algo maravilloso como esa sonrisa podía transmitir tanta calidez a pesar de la frialdad de sus manos, como sus toques eran tan gentiles comparados con la fiereza de su mirada-. ¿Cómo se siente?-sus ojos se encontraron al soltar aquella pequeña pregunta.

-Hm, bastante mejor querida.-agrandó su sonrisa al ver lo dócil que se había vuelto con unas mínimas caricias como si fuera un cachorrillo.

-En ese caso me retiro.-se levantó una vez Alcina apartó su mano y se inclinó ante ella-. Pase buena noche mi Lady.- tomó bolsa de la papelera para deshacerse de los cristales y salió de allí.

Se sentía cansada, completamente agotada y todo se debía a la reciente donación de sangre hacia su ama. No había sido demasiada pero el mareo empezó a hacerse evidente por lo que no se entretuvo mucho y tiró los cristales en un contenedor para irse a su cuarto a intentar conciliar el sueño.

-Woah, estas viva.

-Ajá.-se acostó en la cama sin tan siquiera mirarla.

-¡Oye! ¡Qué falta de respeto hacia mi per...!-se agachó mirándola-. ¿Estas bien? Estas pálida.-extendió sus manos a un par de puntos en su cuello-. No quieres comprarle un puto regalo pero dejas que te pruebe ¡Increible!

-Daniela no estoy de humor ahora mismo, vete a joder a otro lado.-habló sin despegar la cabeza de la almohada.

-Enojada eh.-suspiró-. Lo bueno es que estas viva pero ahora que madre probó tu sangre no te dejará. Aunque eso es una buena noticia para ti ¿No?-soltó una gran carcajada que aumentó cuando vio como ladeaba la cabeza escondiendo su rostro-. ¡Mira ya te volvió el color!

-¡Callate idiota!

-¡Es verdad!-rió más desapareciendo con sus moscas antes de que Elizabeth la golpeara con lo primero que agarrara.

Por su lado y antes de dormirse, la joven Eli pensaba en esos impulsos hacia Lady Dimitrescu, la manera de actuar hacia ella y como al pasar de los años había construido un camino de confianza directa a ella. No lo comprendía, no del todo al menos. Era algo extraño pero el solo recordar sus toques o cada vez que la tenía cerca la llenaban de alegría como si pudiera curar cualquier mal con solo aparecerse. Puede que Daniela tuviera razón, puede que estuviera más cerca de Alcina y el tan solo pensar en ello la envolvía el cuerpo con suma felicidad.

Una felicidad que, sin saber porque, quería brindarle a ella.

Eres mi único pensamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora