Capítulo 66

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Los días fueron pasando y Elizabeth ya era capaz de caminar, aunque aún la costaba un poco pero al menos ya podía salir de la habitación por cuenta propia y deambular por el castillo a su antojo.

Aquella mañana no tuvo una idea mejor que aparecer por la cocina para ver a aquella mujer a quien tanto cariño le tenía.

-¿Mucho trabajo?

-Oh no te imaginas. Tengo que preparar un desayuno especial para cierta niña pija que aún esta aprendiendo a comer.-Judy sonrió de lado girándose para verla-. ¿Cómo te sientes Eli?

-Muy bien.-se acercó a ver el desayuno con cierto desagrado-. Sabes que ya puedo comer sólido ¿Verdad?

-Órdenes de arriba, hablalo con tu novia.-dijo entre risas al ver la cara de la menor.

-Ambas sabemos cuales van a ser sus palabras.-se quejó solo de pensar la cara de Alcina y como la negaba comer algo aparte.

-Entonces no me culpes a mi.-terminó lo que estaba preparando-. Por cierto...-golpeó su cabeza con el puño cerrado-. ¡¿Cómo se te ocurre asustarme de esta manera?! Dios, menos mal que volviste con vida.-la abrazó fuerte.

Bipolar, primero golpeas y luego me abrazas. Me recuerdas a alguien a quien conozco.

-Estoy bien, nada de que seguir preocupándose. Solo.... Por favor dame algo más aparte de eso o me moriré de hambre.-se quejó como niña pequeña haciendo reír a la sirvienta mayor quitándola de toda pena.

El resto del día también lo pasó normal, jugando con las niñas y evadiendo a Alcina cuando esta la buscaba para tomar alguna medicina.

-¿Eli? ¿Qué haces aquí?-preguntó Daniela mirándola escondida en una esquina.

-Jugando al escondite con tu madre.-respondió sin dejar de mirar por si venía.

-¿Y ella lo sabe?-rió al verla negar-. ¿Sabes que nos mandó a buscarte?

-No serías tan mala como para traicionarme ¿Verdad?-juntó sus manos suplicando.

-No.-Elizabeth suspiró aliviada-. Sería mucho peor.-la pelirroja rió al ver como desaparecía de su vista-. ¡Esta aquí!

¡Traidora!

Trató de huir pero dos figuras aparecieron frente a ella haciéndola frenar en seco. Tanto Bela como Cassandra sonreían al escuchar los tacones de su madre mientras Elizabeth se lamentaba.

-Elizabeth.-llamó Lady Dimitrescu caminando hacia ella con Daniela a su lado-. Basta de juegos, ya sabes lo que te toca.

-¿Por qué crees que salí corriendo?-murmuró para si mientras la tomaban en brazos.

-Y sigues sin estar en condiciones para moverte de esa manera. Te abrirás las heridas de los tobillos.-la menor suspiró mirando por encima del hombro de Alcina pidiendo ayuda a las niñas con la mirada.

Ya se de quien sacó Cassandra la forma de cuidar a un enfermo.

-Deja de quejarte, te estoy viendo.-rió la mayor mientras la llevaba con ella.

***

Murmullos y quejas, era lo que más se escuchaba en aquella habitación a altas horas de la noche. Elizabeth se revolvía en sus sueños tratando de deshacerse por si misma de las pesadillas. Todo recuerdo de Miranda llegaba a su mente intentando infringirla aún más daño del recibido.

Se levantó sobresaltada, con los ojos llorosos y el cuerpo sudoroso. Abrió la boca tratando de meter algo de aire en ella mientras se fijaba en el lugar a su alrededor. Fue cuando se dio cuenta que estaba en la cama con Alcina durmiendo a su lado.

Necesita dormir.

Lo primero que pensó al verla dormir tan tranquila. Se apartó despacio para no despertarla y se levantó de la cama con intenciones de caminar.

Caminar, esa era la idea.

Su mente empezó a atacarla, la ira y la frustración corrían por sus venas mientras escuchaba sus propios lamentos y las risas de aquella psicópata. Se dirigió a su antiguo cuarto, no sabía porque pero allí fue. Una vez entró se quedó mirándose frente al espejo viendo todas y cada una de sus cicatrices.

Se sentía débil, impotente e inútil.

Todo volvió a pasar delante de ella, como había llorado como una cría ante las torturas o lo poco que había hecho para defenderse. En cuento levantó su vista no se vio a si misma, sino la viva imagen de la razón de sus pesadillas.

Antes de siquiera darse cuenta había golpeado el espejo con el puño derecho rompiéndolo en miles de pedazos. Sentía su respiración pesada, necesitaba liberar todo lo que tenía en su interior. Aprovechó que en ese cuarto guardaba sus armas para agarrar su lanza y salir a su campo de entrenamiento.

Movió la lanza entre sus dedos con destreza y destrozó todo aquello frente a ella, incluidos los moroaica que rondaban por las noches. No la importaba lo que hubiera.

-Idiota... Como te dejaste.... No hiciste nada...-farfullaba con cada ataque imaginando el rostro de Miranda-. Pudieron herirlas también a ellas. Pudo atacar a las niñas y tu no hiciste nada.

Cortó la cabeza de otro moroaica sin importarle sus alaridos ni el ruido a su alrededor, solo quería calmar esos pensamientos.

Se giró rápidamente apuntando al cuello de otra criatura, pero no era otro de esos monstruos. Frenó casi en el acto al ver a su amada frente a sus ojos.

-Alcina....-apartó la lanza y agachó la mirada preparada para la regañina. Pero esta no llegó.

-¿Qué haces aquí a estas horas mi amada?-Alcina se agachó a su altura y acuno sus mejillas entre sus manos.

-Ella.... No podía...-escupió temblando de rabia.

-¿Qué ocurrió?

-Soñé con todo lo que viví. Pero también con tu muerte Alcina, la tuya y la de las niñas.-admitió sorprendiendo a la mayor quien se mordió el labio con rabia-. Sentía tanto odio, necesitaba...-golpeó la lanza contra el suelo clavandola en él.

-Eso no pasara draga mea.

-¡Por supuesto que no!-gruñó la menor apartándose del agarre de Lady Dimitrescu-. Escuchame bien Alcina, respeto perfectamente tu relación con Miranda y sé que seguirás con ella hasta el día en que decidamos atacar. Ambas sabemos lo que te ha afectado siempre su trato y cuanto has sufrido pensando no ser lo suficiente para ella. Yo no estoy por la labor de permitir eso más.-volvió a tomar su lanza del suelo-. Te conozco lo bastante como para saber que te duele lo que Miranda ha estado haciendo y aunque tengas el mismo deseo sigues pensando en ella como una figura materna. Voy a respetar eso Alcina, pero....-la miró a los ojos-. Si se atreve a poner una mano sobre ti, no, si se atreve siquiera a intentar herirte a ti o a tus hijas yo me encargare de ella ¡Aunque tenga que dar mi vida para ello!-cortó su mano con la hoja de la lanza-. Te lo juro Alci.

Alcina observó y escuchó todo esto sin saber cual debería ser su reacción.

-Soñaste que volvía con ella ¿No es así?

-Que volvías, que te usaba y que te mataba.-afirmó con un suspiro-. Mi juramento se cumplirá. No permitiré que te ocurra algo...-antes de continuar sintió los brazos de su pareja abrazándola por la espalda mientras recibía suaves besos en su cuello.

-Tanto yo como nuestras pequeñas hicimos el mismo juramento hacia ti. No volverás a sufrir por su culpa Elizabeth.-la menor se giró confrontandola y mirándola a los ojos. De una forma u otra ambas sabían que estaban diciendo la verdad.

Se acercaron poco a poco llegando a juntar sus respiraciones y sus juramentos se sellaron en un beso apasionado entre ambas.

No permitiré que te hagan ningún daño.

-Ahora... Deberíamos curar esa mano.-señaló la mano golpeada y cortada.

-Ni me acordaba, creo que me volví más inmune al dolor.-sonrió recibiendo un pequeño golpe en la cabeza por parte de la vampira.

No me arrepiento de haber aparecido en tu vida, mi querida Alcina.

Eres mi único pensamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora