Capítulo 81

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Los días iban pasando tranquilamente para la pareja, aunque para Alcina resultaban un infierno con la constante provocación que recibía por parte de la menor. Y ni una sola vez habían podido llegar a hacerlo y eso la mataba por dentro.

En ese momento ambas estaban en la bañera, la rubia acostada sobre su pecho soltando suspiros de alivio al estar cerca de ella. Esos pequeños momentos de paz las encantaban.

Entonces un ligero aroma entró por sus fosas nasales haciendo que abriera sus ojos y que estos se pusieran un poco amarillos. Olisqueó un poco más y sonrió al saber cual era.

El aroma de mi Alci.

Se giró despacio quedando la una frente a la otra y se sentó en sus piernas mientras acariciaba su mejilla.

-¿En qué piensas?-preguntó al ver el rostro tranquilo de su adorada.

-En mil maneras de hacerte sufrir por lo que me provocas.-respondió con una sonrisa.

-Demasiado tranquila para pensar en un castigo.-rió ella-. Dime la verdad.

-Me conoces demasiado bien draga mea.-la abrazó pegándola a ella-. Madre Miranda quiere hacer otra reunión acerca de sus avances.

Vaya vaya.

-¿Si?-la mirada de la menor cambió-. Puede que vaya contigo.

-No.-la frenó sabiendo sus intenciones-. Teniendo en cuenta la última vez no es algo que debamos hacer.

-Entonces iré a buscarte a la salida. Quiero demostrarle lo viva que estoy.-se apoyó en el hueco de su cuello sintiendo su olor de nuevo.

-¿Eli? ¿Qué...?-jadeó levemente al sentir sus labios cerca a su punto.

-Lo siento, no puedo evitarlo.-se separó despacio escuchando una queja por parte de Alcina-. ¿Quieres que siga?

Quiero que lo hagas.

Solo la miró de forma suplicante acercándola a su cuello.

-Antes de hacer nada quiero pedirte permiso para esto Alci.-volvió a separarse tomando su rostro con delicadeza-. ¿Me dejas beber de ti? Desde hace un tiempo no he podido dejar de pensar en tu sabor, pero no lo haré si no lo quieres.-se quedó mirándola fijamente esperando su consentimiento.

Lady Dimitrescu dudaba, iba a ser algo nuevo para ella pero desde la primera vez que la había visto alimentarse de alguien quería que se lo hiciera a ella. Se quedó mirándola de igual manera, no sin tener en cuenta como sus ojos estaban entre ambos colores. Tragó duro y asintió despacio soltando las siguientes palabras.

-Te doy mi permiso para beber de mi sangre, cervatillo.-murmuró sintiendo como su corazón se aceleraba al ver la sonrisa de su pequeña.

-Te gustara.-volvió a acercarse a su cuello sin dejar de besarlo escuchando los suspiros de la mayor escapar de su boca. Fue así hasta encontrar de nuevo su punto y llenarlo de besos aún más húmedos-. Intentaré no ser muy brusca.-susurró en su oído antes de sacar sus colmillos.

Alcina soltó un quejido al sentir sus colmillos clavarse en aquel lugar y traspasar su piel. Notó como su sangre salía de ella y como la cálida lengua de la menor pasaba por ella probándola. Fue entonces cuando empezó a beber con más ganas.

Era una sensación tan extraña como placentera. Ver como su amada se alimentaba de ella y como disfrutaba de su sangre la hacía feliz y la encendía al mismo tiempo. Por lo menos esta sería una manera de liberar todas sus tensiones.

Por su parte, Elizabeth bebía como un recién nacido sin querer despegarse de ella. Su sangre era exquisita, como una droga o incluso mejor. La quería tanto, tenía tantas ganas de saborearla y ahora podía hacerlo. Ahora comprendía como se ponía la vampira cuando bebía de ella, aunque esta vez se habían cambiado los puestos.

Eres mi único pensamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora