Capítulo 17: Tres son multitud

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XAVIER

No sólo ignoraba la regla de quedarse en el ático, sino que también ignoraba mis mensajes. Tuvo que ser un puto conocido mío el que la viera en el Iceberg para saber de dónde demonios estaba.

Para cuando llegué, me sentía como el maldito Hulk.

Me sorprendió que mi camisa abotonada de Calvin Klein no se me hubiera desgarrado.

Salí del coche antes de que Marco pudiera abrir la puerta y me acerqué a la cuerda, esperando a que el chico de la puerta la soltara antes de atravesarla.

No me interesaba perder más tiempo.

Subí las escaleras hasta la sección VIP, donde las relaciones públicas que apenas conocía, la que no estaba lo suficientemente buena como para acostarme con ella, me había dicho que la había visto. Miré a mi alrededor, intentando entrecerrar los ojos a través de la oscuridad.

Odiaba estar en los clubes sobrio. Era como estar en un campo de batalla sin adrenalina.

Empezabas a cuestionarte todo.

Caminaba entre cuerpos que se retorcían, apartando cualquier mano que intentara agarrarme. No estaba aquí para socializar, eso lo dejé claro. Entonces me llamó la atención una chica de aspecto familiar, sentada en una mesa con lo que parecían ser atletas profesionales.

Fútbol, tal vez. Tenía el pelo oscuro con flequillo, la piel pálida y lo que parecía ser una sonrisa permanente en su rostro.

Definitivamente había estado en el primer banco de la boda.

Me acerqué a la mesa y le toqué el hombro. —¿Angela? —le pregunté.

—¿Qué?

—¡ANGELA!

Esa vez me oyó y pareció que también me reconocía. Se limitó a poner los ojos en blanco y a encogerse de hombros, y luego volvió a la conversación con los futbolistas.

Sacudí la cabeza y solté un gruñido, pero la música lo ahogó.

Seguí buscando. Seguí entre vestidos y trajes, tacones altos y mocasines, hasta que me encontré en la barra. Estaba a punto de pedir una copa cuando vi una melena rubia por el rabillo del ojo.

Giré la cabeza hacia ella, y allí estaba.

Mi amada esposa.

Riendo con otro hombre.

No podría explicarte la rabia que sentí aunque lo intentara. Me consumía todo, como una traición. No porque estuviera coqueteando con un hombre, por supuesto.

Me importa un carajo lo que esa chica hiciera con otros hombres.

No estaba celoso.

No, se trataba de respeto. Se trataba de que no me avergonzara en el club más exclusivo de la ciudad, en el que no le habrían dejado entrar si no hubiera tirado mi nombre en la puerta.

—ANGELA.

Se giró de inmediato y su rostro sonrojado palideció.

—Vamos —dije, dejando su bebida casi vacía en la barra del bar y agarrando su hombro.

—No —gimió ella.

—Hola, tío. —El tipo rubio con el que estaba puso su mano en mi brazo—. La chica no quiere irse todavía.

—Quítame la puta mano de encima, tío —dije, casi esperando que me tocara pelear.

No, tacha eso. Tenía que pensar en mi imagen. Me giré hacia Angela—. Nos vamos. Ahora.

UNA PROPUESTA INMORALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora