Capítulo 135: Demonios

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XAVIER

No recuerdo mucho.

Luces brillantes.

Remolinos de colores.

Un golpe ensordecedor y el silencio absoluto.

Y dolor.

Mucho, mucho dolor.

~Miré los rostros de hombres y mujeres enmascarados. Uno llevaba guantes largos y blancos cubiertos de mi sangre.

Recuerdo una enorme silueta en las nubes, un hombre tan grande que los truenos retumbaban cada vez que movía los brazos. Intenté huir, doblar una esquina antes de que me aplastara con sus poderosos puños.

~Escuché voces. La de un hombre y la de una mujer.

Los conocía, pero no podía recordar sus nombres.

Oí palabras, pero no sabía su significado.

Estaba atrapado en un duro caparazón, y por más que luchaba, no podía liberarme. Apenas podía moverme.

Eso me aterrorizó.

Empecé a moverme. Rápido. En el suelo y luego en el aire.

Era el peor sueño que hubiera tenido jamás.

Un sueño que se repetía una y otra vez.

Siempre empezaba de la misma manera.

Estaba caminando por un túnel largo y oscuro. Tan oscuro que no podía ver por dónde iba, pero sabía que estaba bajo tierra. Un viento caliente soplaba en mi cara, tan feroz que parecía que estaba entrando en un enorme horno.

~La buscaba. Y siempre la encontraba.

Oí su voz, llamándome en la oscuridad.

—Xavier, me llamaba.

Y yo siempre respondía.

Tropecé, cayendo profundamente en la oscuridad, siguiendo su voz hasta que estuve justo delante de ella. Podía sentirla. Tocarla.

Hicimos el amor.

Y fue entonces cuando la sensación de temor se apoderó de mí. Una sensación tan abrumadora que me llenó de miedo.

~Sabía que iba a pasar. Todas y cada una de las veces sabía que iba a pasar. Pero no podía hacer nada al respecto.

Solo podía ver cómo mis manos encendían una antorcha, iluminando al monstruo que era mi novia.

~La carne arrugada se desprendía de sus huesos frágiles. Los forúnculos hinchados goteaban pus. Las temibles criaturas se arrastraban por debajo de su piel, por sus fosas nasales y por las cuencas de sus ojos.

La diosa de la creación y de la muerte. La temible dama del inframundo.

—Angela.

Me dí la vuelta y corrí, tan rápido como mis pies descalzos me permitían. De vuelta al túnel, de vuelta a ese calor abrasador.

—¿Cómo pudiste abandonarme? —Su voz me perseguía. Sus palabras me rechinaban en los oídos mientras corría.

—¿Cómo pudiste abandonar a nuestro hijo?

Corrí y corrí, las palabras rebotabron a mi alrededor hasta fundirse en un rugido ensordecedor. Me derrumbé, con los ojos cerrados y las manos apretadas desesperadamente sobre mis oídos.

UNA PROPUESTA INMORALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora