Capítulo 139: Visita al médico

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XAVIER

—¡Angela! —El doctor cantó, dando una palmada alrededor de las manos de mi esposa. Luego se giró hacia mí—. Tú debes ser Xavier.

—Xavier Knight —dije, extendiendo mi mano. La cogió y la estrechó. Con fuerza.

Bajé las cejas al verlo. ¿Quién se creía que era ese rubio tan americano?

Pero su atención volvió rápidamente a
Angela. Le preguntó cómo se sentía, y los dos se enzarzaron en una conversación demasiado científica para mi entendimiento.

No es que fuera un novato en el tema médico. Desde mi accidente, prácticamente iba al médico cada día. Me habían quitado el yeso justo el día anterior. Me sentí como el día de la graduación.

Los médicos me dijeron que me lo tomara con calma, pero yo prefería estirar las piernas cada vez que podía.

Como entonces, cuando el Dr. Carmichael se puso a charlar con mi mujer. Me levanté y apoyé mi brazo protector en la silla reclinable de Angela.

El médico estaba tomando notas en su libreta y luego se metió el bolígrafo detrás de la oreja con una risa molesta.

¿Quién cojones era este tipo? Era obvio quién habría sido en el instituto. El quarterback, el rey del baile... ese tipo de mierdas.

—¿Cómo va el jardín? —le preguntó a Angela.

—¡Oh, super bien, me encanta! —dijo Angela—. He plantado lavanda, fresas y algunas hierbas más. Y Xavier y yo vamos a ir a comprar más plantas al salir de aquí.

—Me alegra mucho escuchar eso. Te hace sentir mejor, ¿ verdad? —Intenté no poner los ojos en blanco.

Claramente, estaba feliz de tener a mi esposa como paciente. Cualquiera lo estaría. Angela
era un puto rayo de sol.

Pero cuando pensé en la cantidad de visitas al médico que Angela debía haber hecho sola, sentí un enorme escalofrío en las tripas.

Y por lo que podía intuir, alguien había aprovechado la situación para ocupar mi lugar.

Me llovió la culpa.

—Tenías tanta razón, Leo. Gracias de nuevo por la sugerencia.

Me quedé en silencio. Así que por eso a Angela le había dado por la jardinería.

Órdenes del médico.

Pensar en ellos dos hablando a solas en esta habitación me ponía enfermo.

Mientras Angela se reía de algún chiste estúpido de este bromista Dr. Carmichael, me di cuenta de que estaba celoso.

Qué sensación más horrible.

Y, por desgracia, la conocía demasiado bien.
En otro momento de mi vida, esto hubiera sido suficiente para empezar una pelea, pero en este caso me detuve.

Angela no necesitaba un drama. Necesitaba un marido.

Dejé de lado mi pequeño juego de dominación y me senté en la silla junto a mi mujer.

Extendí la mano y la cogí, dándole un pequeño apretón. Ella me envió una sonrisa radiante.

La sentí como una pequeña victoria.

—¿Quieres ver a los bebés? — preguntó emocionada.

—Por supuesto.

Le devolví la sonrisa.

Angela se levantó la camisa, dejando su redondo vientre al descubierto. El médico le puso un poco de gel y le tocó la barriga con el ecógrafo.

Mis ojos estaban pegados a la pequeña pantalla de televisión. Estaba llena de rayas granuladas en blanco y negro. Al principio, no había mucho que ver. Pero el mero hecho de saber que estaba mirando en el vientre de Angela, donde ocurrían tantas cosas emocionantes, me pareció mágico.

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