XAVIER
Entorné los ojos hacia el amanecer, la luz disparaba dolor en mi cerebro.
Tierra del Sol Naciente, pensé amargamente. Más bien la Tierra del Resacón Naciente.
Me giré hacia la barra, mirando con los ojos desorbitados el vaso vacío que tenía delante.
Levanté un dedo y el dueño, un anciano que parecía sacado de una vieja película de samuráis, me llenó otra copa y la deslizó por la barra. No hablaba ni una pizca de inglés, pero no le hacia falta.
El alcohol era un lenguaje universal.
Respiré profundamente por la nariz, el aire fresco de la montaña me dio claridad de pensamiento.
Di un gran trago de cerveza para ahogarlo.
Maldita claridad
Las palabras de Angela seguían resonando en mi cabeza y, por mucho que bebiera, no podía olvidar lo que había dicho.
—Si te vas, no te molestes en volver.
El recuerdo estaba envuelto en alambre de púas, y no podía evitar alcanzarlo una y otra vez.
Me merecía el dolor, sinceramente.
Después de marcharme del hotel, vagué por la oscura ciudad hasta que me topé con un pequeño izakaya, un pub japonés al borde de la carretera. Los taburetes estaban justo delante del mostrador, la única barrera del mundo exterior eran unas cortinas cortas y manchadas.
Tenía que admitir que era una gran mejora respecto a ese antro de mierda de Nueva York.
Tuve a unos cuantos asalariados de aspecto miserable como compañía durante la mayor parte de la noche, pero se dispersaron como sombras antes del amanecer. Seguramente iban a volver al trabajo.
Los envidiaba.
Al menos sabían qué demonios hacer cada día.
Mi estómago me gruñó, claramente enfadado por no haberle dado de comer más que Sapporo y champán. Probablemente tampoco le estaba haciendo ningún favor a mi hígado.
Miré el menú, señalando algunos caracteres japoneses al azar.
El dueño asintió y se puso a preparar el plato, el olor chamuscado de su antigua parrilla llenó el aire. Me quedé mirando al vacío mientras el humo pasaba junto a mí en mi campo de visión.
Angela debe estar ya en el aeropuerto...
Me bebí el resto de la cerveza y, antes de que pudiera dejar el vaso en la encimera, encontré otro esperándome.
Miré al anciano, pero ya estaba de vuelta en la parrilla.
Este tipo me entiende.
Lo miré cocinar durante un rato, tratando de vaciar mi mente de todo.
Angela te dejó.
Joder.
Tomé otro trago de cerveza.
El dueño se dio la vuelta y colocó ante mí una bandeja de brochetas de carne, cuyo humo se elevaba perezosamente en el aire frío de la mañana. Le di las gracias con la cabeza antes de dar un mordisco a la misteriosa carne.
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UNA PROPUESTA INMORAL
RomanceXavier Knight tiene claras que dos cosas garantizan la excitación de una chica: los coches deportivos y el dinero. Él tiene ambas. Cuando un escándalo le obliga a casarse con Angela Carson, una don nadie sin dinero, deduce que es una cazafortunas y...