Capítulo 129: Tentaciones

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XAVIER

El mundo se estremecía, mi cuerpo era esclavo del grave retumbar que latía en el aire. Un mar de cuerpos se agitaba y se balanceaba a mi alrededor al ritmo de la música.

No sabía que coño estaba pasando y me encantaba.

No necesitaba pensar.

Solo sentir.

Las luces parpadeantes eran hipnóticas, el olor a sudor y perfume era vertiginoso. Sentí cómo los cuerpos se apretujaban contra mí, cómo las manos me manoseaban y acariciaban, y me perdí en un laberinto de placer.

De repente, una mano áspera me agarró por el hombro y me giré para encontrar a Shinji sonriendo como un loco. Me entrego un vaso de lo que supuse que era alcohol y una pastilla de no sé qué mierda.

Levantó su propio vaso, con una píldora idéntica ya en la lengua.

Me la tragué sin dudarlo. Al instante, un intenso calor se extendió desde mi estómago hasta mis venas.

Oh, joder, sí.

Me hizo un gesto para que le siguiera, y juntos nos abrimos paso entre la multitud de juerguistas.

Finalmente salimos de la rave, y el complejo de aparcamientos subterráneos prácticamente temblaba a nuestro alrededor. Los coches más potentes se alineaban en filas ante nosotros, con los capós levantados, mostrando los bestiales motores que llevaban dentro.

Los amantes del automóvil se paseaban entre los coches con costosas cámaras al cuello, haciendo fotos de los supercoches y de las modelos con poca ropa inclinadas sobre los capós o tumbadas en los techos.

Shinji me pasó el brazo por encima del hombro mientras me ponía un fajo de billetes en las manos.

Ryuuga ganó anoche —gritó por encima de la música—. Hijo de puta, ¿Cómo lo supiste? Aposté 10K a Shogun.

Sonreí, abanicando el fajo en mis manos.

Unos fríos sesenta mil.

Era conveniente que jugara en dólares americanos. No quería el dolor de cabeza de tener que manejar millones de yenes en cada apuesta.

—Claro, Shogun tenía mejores especificaciones, pero no me gustó el aspecto del conductor. El hombre de Ryuuga en cambio, parecía tener cojones de acero.

—Cómo si tú supieras algo sobre cojones de acero —replicó Shinji.

Le empujé, y ambos fuimos dando tumbos hacia un coche, riéndonos como idiotas.

Un coro de gritos nos ahuyentó. Shinji respondió con lo que supuse que era una serie de blasfemias en japonés. Mi contribución fue una peineta.

Shinji se giró hacia mí, brincando arriba y abajo, tirando de mi.

—Vamos, quiero que conozcas a alguien.

Entramos en un ascensor y la música atronadora se redujo a un ruido de fondo apagado. Shinji me lanzó una bebida energética y la abrí, con la cabeza aún zumbando.

UNA PROPUESTA INMORALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora