Capítulo 88: Punto de referencia

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XAVIER

—Un aneurisma cerebral comienza con un vaso sanguíneo —dijo el médico.

Las palabras resonaron en mí mientras me deslizaba por el suelo del hospital. Estaba sin fuerzas, como si hubiera trascendido a través de mi propio cuerpo, como si hubiera perdido la posesión de mis miembros.

El dolor abrasador era tan profundo, tan indescriptible, tomó forma física. Me quemaba, fundía mis huesos como si fueran papilla.

Me quedé mirando las luces fluorescentes y mi mente volvió a pensar en el ático de mi padre.

***

Había ido corriendo hacia él, hacia mi padre, para intentar disculparme. Para intentar pedirle perdón por haber sido tan imbécil. Por ser ingrato, duro e injusto.

Subí en el ascensor, ensayando mi disculpa, pensando en la forma adecuada de expresar mi remordimiento.

Lo que hiciste, al tendernos una trampa a Angela y a mí, no fue un error, pensé. Fue un regalo, aunque fuera jodido.

Tal vez lo había hecho también un poco por él, pero al final del día, era yo quién me despertaba junto a ella.

Podía sostener su pequeña y perfecta cintura. Conseguí saber lo que era ser amado por una mujer perfecta, una mujer que sólo mi padre podría haber sabido que estaba "hecha" para amarme.

Culparle de nuestros problemas era egoísta.

Espero que haya escuchado la rueda de prensa. Espero que haya escuchado mis respuestas serias, que haya visto cómo ya no tengo miedo de decir la verdad.

De admitir mi amor.

—¿Papá? —llamé, esperando una respuesta. Esperando el sonido de sus pies, en zapatillas, caminando por el pasillo. Pero no oí nada.

El vestíbulo estaba tan silencioso como un maldito centro para sordos.

Me moví de un lado a otro, sintiendo que algo pasaba.

—¿Papá? —volví a llamar, decidiendo salir por el pasillo. No estaba en el salón, ni en el comedor, ni en la cocina. No estaba en el baño de invitados ni en la biblioteca.

La puerta de su despacho estaba cerrada.

Intenté llamar a la puerta.

Toc toc.

Toc.

Toc.

Nada.

Giré la manilla y se movió bajo mi agarre, la puerta se abrió con un movimiento fluido. Fue entonces cuando lo vi. Se desplomó hacia delante, plegándose sobre sí mismo, en el sillón junto a la ventana.

—¡PAPÁ! —grité, corriendo hacia él—. ¡POR FAVOR! ¡PAPÁ! —grité mientras le buscaba el pulso.

***

—El vaso sanguíneo se hincha en el cerebro hasta alcanzar un tamaño peligroso, —dijo el médico, devolviéndome a la realidad.

UNA PROPUESTA INMORALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora