Capítulo 6: Parte C

140 42 9
                                    

De todas las secretarias que ella conocía, ninguna escribía tan rápido como Neil Legan lo hacía.

Ya caminando por el pasillo que la conducía a su oficina de trabajo, Cande sonreía al imaginarse ser el pobre teclado de esa antigua máquina de escribir y recibir los maltratos que en ese momento a la palanca del carro se le daba.

Por la manera tan ruda que saliera una hoja y el improperio de la boca de su amigo, la recién llegada dejó de lado sus burlas para preguntar en cuanto estuvo frente a él.

— Buenos días. ¿Cómo te fue?

— ¡Mal! — se gritó.

— ¿De verdad?

— Sí. ¿Podrías pasarme el paquete de hojas blancas que hay en el gabinete ese de arriba?

A lo que no hubo necesidad de señalarse, la mujer fue. Y

Trayéndolo consigo, ella lo fue abriendo para sacar unas hojas tamaño oficio y dárselas a quien, apoyado su codo en el escritorio y sus dedos rascándose una ceja, leía con ceño fruncido el documento que yacía frente a él.

— ¿Estuvo mal lo que hice? — ella preguntó.

— ¿Eh?

Él la miró.

— ¿Te hice mal las cosas?

— No, no. El error fue mío.

Neil, de la mano de Cande, ya había recibido las hojas; y metiendo entre ellas papel carbón se dispuso a pasarlas correctamente por el rodillo de la máquina.

Llevándose las manos a la cara, Legan aspiró hondamente. Luego, se preparó para escribir.

Cande que se dedicara a mirarlo, lo hizo en silencio. Pero al ver nuevamente la frustración de su amigo al cometer un pronto error, proponía:

— ¿Quieres que lo haga en el computador?

— "Obligadamente" debe ser este viejo formato.

— De todos modos, yo lo hago. ¿Por qué no vas por un café?

— Debo entregarlo antes del mediodía.

— Lo tendrás antes, te lo aseguro.

Ella se acercó a él para dejarle un beso en la mejilla.

Agradecida la muestra de cariño y ayuda, el hombre se puso de pie habiendo quitado del hombro femenino el bolso para llevarlo a colgar en el perchero que estaba cerca.

— Cualquier cosa estaré afuera — él indicó.

— Está bien.

— Por cierto, Cande...

Legan ya estaba cerca de la puerta mirándola acomodarse en la silla frente a la máquina de escribir.

— Dime.

— Estás hermosa hoy.

— Gracias —, ella sonrió muy coqueta. — Tú siempre tan galante.

— ¿Irás conmigo a la fiesta?

— Te había dicho que sí. Además... siéntete especial ya que hoy me vestí exclusivamente para ti.

— Entonces... ¿puedo robarte después de la reunión?

— Hoy sí puedes. Mañana no ni el domingo.

— Sé que los sábados estás a cargo de un pequeño ¿pero el domingo?

— Me haré cargo de otro, no tan pequeño.

La muy sinvergüenza no pudo ocultar su emoción que para Neil fue un balde de agua fría, y más al dársele corroboración a lo que preguntaba:

— ¿Es que saldrás con...?

— Sí.

— ¡Vaya! Sí que no pierde el tiempo.

— Quiero conocerlo, Neil. ¿Es pecado hacerlo?

— No, claro que no. Pecado sería lo que llegaras a hacer con él sin estar casada.

Come on! Suenas ¡tan anticuada! como esta máquina de escribir.

— Si tú lo dices.

Viéndolo golpear el muro, burlándose de esa mirada y actitud celosa por parte de su amigo que se iba, Cande comenzó a trabajar no parando de hacerlo hasta dos horas después.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora