Capítulo 13: Parte D

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A diez minutos de que la guapa visita se retirara por completo, la pareja de amigos también lo hizo.

Y en lo que Terruce se perdía entre las calles de la Gran Manzana para ver aparadores de joyería y también hacer tiempo para asistir a su cita con Susana, Cande y Neil, en otro servicio de taxi, se dirigían al aeropuerto de la ciudad de Nueva York para arribar a Chicago alrededor de las siete de la noche debido a un retraso por increíble escases de aviones.

A esa hora, el técnico ya comido y usando la misma ropa, llevaba cuarenta y cinco minutos a lado de la estilista, que por supuesto, no estuvo puntual como se le pidió que fuera, ya que en su local no estaba cuando Terruce llegó a preguntar por ella.

Que aguardara por su llegada hubo sido el recado que una empleada le entregó.

¿Acaso tenía otra opción? Sí, cancelarla, porque de felicidad de salir con ella no brincaba.

Pero de sólo pensar que de encima no iba a quitársela, de la paciencia que era característico se hizo para esperarla quince minutos.

Con el inicio del dieciséis, Susana hubo arribado; y de sólo verla, Terruce posó su mirada en otro lugar para no escudriñar la vestimenta que la "pelirroja" portaba...

... y que luego de caminar por la banqueta cuadras y cuadras sin decir una palabra, finalmente ella diría antes de iniciar otra calle que destino no tenía.

— Bueno, ya que tú decidiste el día y la hora; es mi turno de elegir adónde ir.

Él la miraría de reojo.

— ¿Ah sí? ¿Y adónde te gustaría?

— ¡Quiero ir a bailar! — fue una emocionada petición moviéndose Susana a un ritmo que sólo ella escuchaba.

Terruce, por su parte, además de hacer un gesto de "qué le pasa a ésta" diría:

— Lo siento, no sé hacerlo.

Ideas, ella las aportaría:

— Entonces... vayamos a comer una langosta. ¡Tengo ganas de una! Hace mucho tiempo que no las como y...

— Soy alérgico a todo producto de mar.

— Ah qué pena. Pero sí podemos ir a tomar un trago a un bar, ¿cierto?

— Tampoco bebo alcohol.

— ¿Lo dices en serio? — seria justamente lo miraba al ir a la par.

— Sí.

— ¡Vaya! — Susana sonó desanimada. — Pues al cine menos porque me dijiste que tienes... ¿qué era?

— Escotofobia.

— ¿Y qué es eso?

— Miedo a la oscuridad.

— ¡Ya!

Confianzuda, la estilista le dio un codazo a lo que pensó era una vacilada de su parte.

— Me estás tomando el pelo.

Mirándola y frunciendo el ceño por su igualada acción, Terruce confirmaba:

— No tendría por qué bromear con mis problemas.

— Sí, claro —. Ella sería astuta: — Y ahora me dirás que es mejor que regresemos porque la noche está cayendo.

— No sería mala idea.

— ¡Vamos, Terruce!

Molesta, Susana avanzó dos pasos; se giró frente a él para ponerle una mano en el pecho y hacerlo detener para demandarle:

— ¿Qué clase de cita es ésta?

Sintiendo cierta molestia de su toque, el técnico retrocedió un paso para alejarse de ella y decirle:

— ¿Cómo imaginabas que iba a ser?

— Al menos que fueras más amable conmigo.

— Lo estoy haciendo.

— ¡No, te estás burlando de mí!

— ¿Por qué lo piensas?

— Porque resulta que no bailas, que no bebes, que eres alérgico, que eres miedoso. ¡Eso!

¡Bingo! hizo en su cabeza y la muy atrevida diría:

— ¡Me tienes miedo!

— ¿Por qué debería?

— Porque soy mujer y tú nos tienes miedo.

— ¿Tú lo crees?

— Sí. En el pueblo se rumorea tu debilidad sexual.

— ¿Ah sí?

— Sí. Y creo que...

— ¿Qué?

— No eres gay, ¿verdad?

Metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón y mirándola a los ojos, le diría:

— Tienes razón —, con resignación el hombre resopló y se encogió de hombros. — Me has descubierto: no soy para nada una persona alegre.

— No me refiero a eso, sino a que... sí

La mujer sonrió llegando a una conclusión sólo para provocarlo:

— ¡Eso es! Sólo estás usando a la vecina para esconder tus inclinaciones por las personas de tu mismo sexo, ¿no es así?

— ¡Vaya teoría! Pero específicamente a ti ¿qué te gustaría escuchar?

— De preferencia un 'no' y que estás dispuesto a demostrármelo ahora y aquí mismo —, donde gente también pasaba, — para que todos vean que sí eres un hombre en toda la extensión de la palabra.

Susana, conforme hubo hablado, se fue acercando hasta colgarse de su cuello; pero antes de que su boca aterrizara en la de él, de esa precisamente saldría:

— Necesitarías ser muy mujer para que yo lo hiciera enfrente de quien quieras.

Tomándola por las muñecas, Terruce se libró de su agarre, diciendo una muy dolida fémina:

— ¿Es acaso ella más que yo?

— Mucho más.

Ofendida, Susana lo amenazaba:

— ¿Sabes que puedo destruirte por el simple hecho de haberme rechazado?

Burlón, él inquiría:

— ¿No será más vergonzoso para ti haberlo sido?

Sí; porque ella daba la siguiente contestación:

— ¡Te juro que por esta humillación te vas a arrepentir, Terruce, te lo juro!

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora