Capítulo 4: Parte D

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En el momento que la hubo perdido de vista, Terruce salió del establecimiento para dirigirse al edificio vecino, sorprendiéndole al portero su madrugadora visita.

La urgencia de su pendiente con la inquilina y de otros trabajos más por realizar, hubo sido la excusa que le diera el rápido acceso hasta el departamento de Cande, el cual, justo a las diez de la mañana, abandonaron habiendo dejado en perfectas condiciones la consola a reparar y sobre de ella...

Sabiendo que no volvería ahí más, como la primera vez lo hiciera, el guapo técnico, para grabarlo en su mente, observó detenidamente todo el lugar posando, al final, sus ojos en el florero que yacía en el centro de la mesa.

Con una idea, a ello él se dirigió tomando una rosa roja y llevándola a la consola donde la dejara, después de depositarle un beso, encima de una tarjeta de presentación.

Interiormente emocionado de haber intercambiado miradas, palabras y contactos con ella, un Terruce exteriormente serio de haber conocido un poco de su pasado y creyéndolo obstáculo en su presente y futuro, salió del departamento y del edificio, habiendo agradecido al portero por todas sus facilidades, pero también poniéndose a sus órdenes para cualquier cosa que se necesitare.

Cuando el técnico arribó a su lugar de trabajo, Bob y Jimmy estaban tomando el almuerzo; y de éste se le convidó comentando conforme lo ingerían:

— ¿Ha quedado? — la consola, por supuesto.

— Sí.

— ¿Se le cobrará? — preguntó el patrón el cual de antemano sabía el...

— No — dijo Terruce a quien se le observaba:

— ¿Y si ella insiste?

— Entonces, le cobrarás únicamente el impuesto de veinte dólares; pero procura que ni eso pague.

Así lo hubo sentenciado el técnico, el cual habiéndose disculpado, se retiró a la parte de atrás del establecimiento para prestar atención a otros aparatos.

Sin embargo, alrededor de las cuatro de la tarde, apareció para anunciar que se retiraba, pidiendo Jimmy:

— ¿Puedo ir contigo?

— ¿Ya terminaste tus actividades?

— Ya casi; pero mañana las culmino, lo prometo. Hoy quiero ir a verte a jugar el Frontón.

— ¿Bob? — quien yacía leyendo en el mostrador se llamó.

— Está bien. Puede irse — se respondió.

Con la autorización, el jovencito, sonriente, corrió al baño para asearse en lo que Terruce, usando la puerta trasera, salía del local para subir a su vivienda; ahí cambiarse y preparar su maleta deportiva.

Y como el parque no estaba lejos, al reunirse, los dos hombres caminaron hacia allá viéndose inmediatamente lo concurrido del lugar.

En dirección a las canchas, a visitantes de éstas se iban encontrando y saludando, quedándose Jimmy por unos momentos en la de basquetbol en lo que Terruce continuaba su camino yéndose a parar adonde compañeros de juego ya aguardaban.

Mientras los contrincantes llegaban, el guapo hombre fue a sentarse a unas gradas, viendo a algunos cómo calentaban los brazos.

Aunque él debería estar haciendo lo mismo, optó por observar el partido que en otra cancha se jugaba.

Pasados unos minutos, desde su lugar, Jimmy comenzó a llamarlo indicándole mirar hacia su derecha.

Disimulado, el serio técnico lo hizo, encontrándose sus ojos con la presencia de Cande y de un hombre que iba acompañándole.

Después de haber informado a su amiga el asunto que lo iba a llevar a Corte, entre él: el abogado defensor y ella: la supuesta fiscal, luego de mil errores y más repeticiones, se formó una divertida litigación en la oficina. Empero, retomando la seriedad del problema, Cande puso lo mejor de ella y pudo ayudar a Neil quien para pagarle su colaboración, le dio la tarde libre y la invitó a comer a la calle.

No acostumbrada a hacerlo, la mujer hizo una excepción y de nuevo aceptó así como el que Legan la llevara a casa.

Como él disfrutaba mucho de la compañía de su amiga, un paseo en el parque y un helado concluiría la salida. Sin embargo, el partido de Pelota Vasca que estaba a punto de iniciar llamó la atención de Neil y a Cande le pidió ir con él para observarlo un poco.

La distancia entre ellos y Terruce era de escasos metros; y sólo porque ella estaba atenta a lo que su acompañante le decía, no lo veía.

Distracción que su vecino aprovechó para acomodarse lo que era su inseparable gorra y bajarla lo más que se pudiera para no ser descubierto.

En cambio, la insolencia e inmadurez de Jimmy lo delataría al pasar cerca de Cande y gritarle a su compañero de trabajo, atrayendo de inmediato la atención de la mujer que ya miraba la dirección que aquel jovencito llevaba.

Neil también lo miraba; y por la actitud de su amiga, el abogado quiso saber:

— ¿Es él?

Sonriente, Cande dijo: — Sí —.

Y por más que buscaba su mirada, Terruce escondía la suya pidiendo que en ese momento, la tierra lo tragara, ya que Jimmy en voz alta, acababa de decir:

— ¡Terry, tu novia ha venido a verte jugar! Así que... ¡échale ganas!

Por haberlo dicho, el rostro de Neil Legan se hubo tornado furioso; y hacia el que pedía:

— Jimmy, haz el favor de callarte ¿quieres?

... se dispuso a ir.

. . .

Fueron trece ésta vez, pero ¡feliz de contar con su presencia!

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora