Capítulo 9: Parte D

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Todavía no eran las seis de la mañana cuando Neil llamó.

Cande que ya andaba de pie, atendió rápido el teléfono.

Extendidos los buenos días y solicitado una ubicación, la rubia en suéter, bermudas y sandalias, de un sillón de la sala fue a tomar su bolso y llaves para salir de su departamento.

Sin embargo, de algo se acordó y se devolvió por ello. El sobre amarillo que la noche anterior hubo recibido de manos de Terruce.

Con eso, precisamente en la mano, ahora sí buscó la puerta, la aseguró debidamente y se encaminó al elevador para descender solitariamente.

Debido a que el conserje seguía durmiendo, al llegar a la planta baja, Cande se dirigió a la puerta de emergencia para aparecer caminando por la oscuridad del estacionamiento y sin miedo alguno.

Ya atravesado ese tramo, la luz del amanecer fue su compañía hasta el auto de Neil que bostezando y vistiendo fodongamente lo encontraron frente al volante.

El pelo despeinado del amigo causó la burla de Cande luego de haber ingresado vehículo:

— Se te olvidó dejar la almohada, ¿verdad?

— Ay, cállate, apenas dos horas he dormido — él pondría el auto en marcha.

— ¿Por qué?

— Me llegó un caso y necesita rápida solución.

— Yo tengo otro. Mira lo que me llegó —, la rubia mostró su paquete queriendo el abogado saber:

— ¿Qué es?

— Un citatorio para lo de la herencia.

— ¿Para cuándo?

— Este viernes.

— ¡Demonios! — espetó Legan golpeando el volante y preguntando ella:

— ¿Podrás ir?

— Sí, sí.

— ¿Y tus pendientes?

— Esos no me pagarán y tú sí, si es que ganamos

— Qué interesado.

— ¡Ei! Con eso, no sólo tú dejas de trabajar, sino yo también.

— Sí, cómo no. Oye, y ¿qué te dijo el doctor?

— Nada. Apenas te vea, te dirá. Mejor tú dime ¿cómo te fue anoche con tu...?

Un golpe que ella le diera a Neil le impidió a éste cualquier adjetivo de su parte.

— Muy bien.

Debido a que lo expresó muy animosamente se le cuestionaría con mala intención:

— ¿Qué tan bien?

— ¡Ay, mal pensado que eres!

— Si no quieres que lo sea, cuéntame.

— Me gusta, Neil. Me gusta mucho.

— Si no me dices no me doy cuenta, ¿eh?

Ella ignoró la sardonia de él para decir:

— Me encanta que sea tímido. Que se ponga nervioso cuando estoy cerca de él.

— Y luego me echas bronca porque digo que es...

Lo reprenderían fuertemente:

— ¡No porque sea así, significa que lo es!

— ¿Ya te besó?

— ¡Neil!

— ¿Qué, espantada?

— ¡Payaso!

— Yo sólo lo pregunté porque... está bien, nuestro macho amigo se muere por ti y tú ¿hace cuánto que no usas aquellito?

La mirada divertidamente le apuntó su intimidad llenándola de rubor y un sudor conjugado con:

— ¡Eres un irrespetuoso! —; un bolsazo bien otorgado también se hubo ganado.

Sin haberle dado tiempo de protegerse, aquel diría:

— Si en verdad lo fuera, hace mucho que tiempo que tú...

— ¡Basta, Neil!

— Está bien. ¿Él tampoco se ha animado?

— Si lo hubiera intentado yo... lo hubiese detenido.

— ¿Por la duda de tus análisis?

— Si algo sale mal... no siquiera causarle daño.

— ¿Y si no?

— Bueno, ya veré la ocasión.

— ¿Para provocarle?

— ¿Por qué no? Sólo necesita un empujón y si yo no se lo doy... ¿quién?

— ¡Qué descocada me saliste, ¿eh?! Pero en fin, además de tener la suficiente edad, mereces ser feliz.

— ¿Lo dices en serio? ¿tú? ¿el que siempre me encela y me corre a los galanes? ¡Vaya! ¡Sí que el golpe que Terruce te dio te acomodó las pocas neuronas que tienes!

— ¡Muy graciosa, eh, Cande!

Ésta se rió burlonamente de la seriedad de su amigo que reconocía:

— Pero en algo tienes razón, el pinche madrazo loco que me pegó me hizo compararlos con otros recibidos y no se iguala.

Entre carcajadas, Cande compartiría:

— ¡Como que era sparring de Mike Tyson!

— ¡¿Qué?!

Gracioso gesto, Neil no pudo ocultar así como su interés por saber:

— A ver cuéntame esa que no me la sabía. Sabía que era acosado por tu "socia" pero...

— ¡¿Cómo?! — ahora la intrigada era ella la que oía:

— ¿No te lo contó?

Ella diría:

— No. ¿Qué?

— De mis investigaciones, supe que...

— Terruce.

— Ajá, ese tuvo que irse de su lugar natal porque al abandonar a Sanders, éste se encargó de hablar pestes de él.

Así, Cande no se la sabía; entonces, exigía:

— ¿Y qué decía?

— Que hubo sido un malagradecido; que por años no sólo lo vistió y también lo desvistió...

— ¡Neil!

— Perdón... sino que le mató el hambre y que un día apareció otro y se fue con él sin decirle adiós.

— ¿En serio?

— Eso me lo contó una mujer cuando llegué a Vermont preguntando precisamente por Sanders del cual nadie se explica cómo hizo su capital. Pero como ha aportado dinero al pueblo y construido centros recreativos, la población se hace la disimulada y lo ven como el pobrecito abandonado mientras que el otro es el malvado traidor.

— Sí, me lo imagino. Pero dijiste que es su acosador.

— Porque sí estaba enamorado, Sanders despechado y con plata, pagaba por encontrarlo. Y donde le encontrare iba, se presentaba y ponía en mal a Terruce; que por cierto ¿cuánto tiempo tiene viviendo cerca de ti?

— Por lo que me dijo... — Cande calculó y con un número diría: — no lo sé.

— Bueno, pues esperemos que Charlie esté verdaderamente enamorado de tu Archivald; porque si no y sabiendo dónde está Terruce, no tardará en aparecer. Tu amigo siempre ha huido, no sé si tú lo hagas desistir ésta vez.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora