Capítulo 3: Parte B

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Bien. Había aceptado porque el jefe estaba en lo correcto. ¡Ese era su trabajo! Pero la idea de ser precisamente ella quien necesitara de él, con cada herramienta que ponía en una caja, aumentaba su nerviosismo hasta que...

— ¡Carajos, Terruce! ¡Deja de comportarte como un jovenzuelo temeroso! ¡Tienes 34 años, hombre de Dios!

Con coraje, él arrojó unas pinzas en el cajón. Y molesto, cerró su caja de trabajo y así lo tomó, se condujo afuera y cruzó la avenida. No obstante, al estar frente a la entrada principal del edificio, un paralizante miedo lo cubrió haciéndole imposible levantar el brazo para que su mano alcanzara el timbre.

La persona que le pedía — Permiso — hubo sido su salvadora; y en lo que aquel ser abría y sostenía la puerta por él, debido a que no ingresaba, se le preguntaba:

— ¿Va a pasar?

— S-sí. Sí, claro — él respondió.

Al estar adentro, el visitante quiso saber:

— ¿Dónde localizo la portería?

— La puerta del fondo — se apuntó ésta.

Agradecida la ayuda, al lugar indicado Terruce no llegó porque del ascensor salía la persona buscada.

— Disculpe. Buenos días — hubo dicho el técnico.

— Dígame.

— La señorita del departamento número catorce requiere un servicio y nos informó que usted nos permitiría el acceso.

— Claro. Sólo deje que lo confirme.

— Por supuesto.

El radiotécnico ahí se quedó parado observando al portero dirigirse a lo que era su despacho.

Allá, lo vio tomar el teléfono y marcar un solo número.

Después de unos segundos, el visitante lo escuchó sostener una conversación, que al finalizar, el encargado, amable, lo invitó a ingresar al elevador para conducirlo al piso catorce.

Haciendo grandes esfuerzos, Terruce mantuvo la serenidad en su cuerpo y en su voz al ser cuestionado por el responsable del edificio.

Al anunciarse que habían arribado al nivel indicado, el enamorado de la inquilina, increíble e chiquillamente, pedía en su mente:

¡Que no se abra la puerta!

Lamentablemente, su deseo no se concedió y el ascensor les permitió el paso.

Doblando a la derecha y guiado por el portero, Terruce apenas recorrió escasos metros, y es que el departamento de Cande quedaba muy cerca del elevador.

Pero si en la entrada al edificio se paralizó, al estar viendo que le darían acceso al lugar de ella, de él se apoderó el terror de la emoción.

— Pase, por favor — le dijeron.

Ignorada la invitación a pasar, el portero ingresó.

Porque lo que tenía que revisar estaba dentro, Terruce, primero, pasó un gran buche de saliva. Acto seguido, siguió al hombre que lo había invitado a pasar de nuevo.

— Es éste — se señaló el aparato.

En cambio, el técnico miraba todo con atención y escuchaba:

— Me imagino podemos confiar en usted, ¿verdad?

La indirecta grosería consiguió que el visitante, con voz grave y dura, contestara:

— O podría quedarse. A mí no me molestará para nada que me viera trabajando.

— Sin embargo, tengo cosas que hacer abajo.

— Entonces, vaya a atenderlas — se le sugirió. — Y no se preocupe, que antes de salir, podrá venir a revisar que todo esté en su lugar.

Indignado de la desconfianza proyectada, Terruce se dirigió a la antigua consola.

A ésta liberó de adornos que en ella posaban y con seguridad la abrió para comenzar a revisarla y hacerse conocedor de su falla.

El portero, por su parte, reconoció su descortesía; y es que si no cruzaba palabra con ese hombre, el encargado del edificio donde vivía Cande, era amigo de Bob, precisamente el jefe del técnico, por ende, lo dejó a solas, pero eso sí, no cerró la puerta por completo.

Habiendo observado de reojo los movimientos de su guía, sabiéndose solo, el trabajador respiró tranquilo y dejó lo que hacía para seguir mirando el departamento.

Indudablemente todo tenía su toque femenino y la muñeca que había retirado de la consola la agarró para que con su dedo índice siguiera la línea de la figura de porcelana. De imaginársela a ella, se la acercó a los labios y la besó.

Posteriormente y sobre una superficie plana encima del mueble que repararía, la colocó y la direccionó a él quien finalmente comenzó a trabajar.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora