Capítulo 19: Parte C

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Furioso, Terruce se levantó de su asiento; y aunque con su acción espantó a todos los presentes, más lo haría al tomar a su padre por las ropas, y llevarlo como cual muñeco de trapo a la puerta para aventarlo sin misericordia alguna afuera e indicarle al apuntarle:

— ¡Fuera de mi casa! ¡Y agradece que hoy te dejo vivo porque... si hablamos de maricones tú lo has sido más que yo, al no poder darle a tu esposa más que un hijo que hoy te maldice! ¡Lárgate, y por tu propio bien, olvídate de mí porque la próxima vez que te atrevas a insultarme nuevamente y lo peor delante de mi familia, te juro que ahí mismo te mato sólo para demostrarte que tan hombre soy! ¡Vamos, fuera!

Se gritó más fuerte, atrapando su madre la indirecta e yendo detrás de su esposo que escuchaba las histerias de una mujer reclamándole que habían dado con él porque perdón hubieron ido a pedirle. Y ahora no sólo se iban sin ello, sino que desterrados para siempre.

Para asegurarse de que no regresaran, Terruce fue detrás de aquella pareja quedándose en el interior de la casa una muy preocupada y enojada Cande en lo que sus pequeños lloraban, uno en sus brazos y la otra aferrada de su pierna con la carita enterrada en una holgada falda ahogando ahí su llanto debido al susto.

Sabiendo lo que adentro había causado, el hombre ahora campesino, después de haber visto a aquellos alejarse, emprendió sus pasos hacia un granero que había construido con sus manos para hacer pasar allí su incontrolable enojo y dejando que su esposa se hiciera cargo de sus hijos, preguntando la más grandecita ¿qué había sucedido con su padre que nunca antes lo había visto así?

Sí era enérgico y también muy cariñoso, pero jamás violento como ese momento vivido. Y porque conocía adónde había ido, Shayna quiso ir a su lado para no cuestionarlo, sino para hacerlo nuevamente reír ya que ella prefería a su padre así y no en el energúmeno que de él se apoderara.

Cande que lo comprendía se lo impidió, prometiéndole a su hija que Terry estaría bien muy pronto. Sin embargo...

La pequeña se conformó cuando su madre volvió a ponerle ese video que le gustaba tanto.

El bebé lo hizo hasta que ella fue a una habitación de arriba para acostarse en la cama y poner a su bebé a un lado para amamantarlo, quedándose así el angelito profundamente dormido.

Pasada una hora, Cande, habiendo protegido a su hijo con una barrera de almohadas, bajó para dedicarse a hacer de comer.

En eso, el ruido lejano y lo que vio a través de una ventana, la hicieron salir por esa puerta trasera para ir adonde estaba su esposo.

Sin camisa, bastante sudado y sosteniendo un hacha, Terry ponía un trozo cilíndrico de madera número equis sobre el tronco de lo que hubo sido un gran árbol.

Y antes de que acabara con los que lo rodeaban, ella lo llamó.

Sacando un pañuelo que lo pasó por su frente y negándose a mirarla, él respondió, oyéndose de Cande:

— Los niños ya están bien.

— Gracias.

— Ahora quiero saber cómo estás tú.

— Bien — fue una respuesta escueta y seca.

— Sí — dijo Cande viendo todos los maderos que hubieron sido partidos; y de los cuales se expresaron con pena: — Los que no lo están son ellos — los maderos por supuesto. — Pobrecitos. Sí que debió dolerles al sentir tu fuerza.

— Cande, por favor —; un hacha cayó de sus manos.

— ¿Qué?

Ella se acercó melosamente peligrosa.

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