Capítulo 12: Parte C

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La esposa del tendero hubo atendido a Terruce. Y junto a una sonrisa, ella le regaló una manzana.

Ésta, él la seguía comiendo cuando llegó a su departamento.

Las bolsas las hubo dejado en el suelo y al pie de la puerta; y porque la fruta tenía un muy buen sabor, Terruce fue acostarse en el estrecho camastro.

Ahí y en esa pose, la disfrutó; y casi estaba llegando a su centro cuando escuchó el timbre.

Con el primero, llamado él no atendió.

Cande ya le había anunciado que se verían hasta el día siguiente, así que, quien fuera podía tocar hasta que se cansara.

Él no se levantaría para ver quién osaba molestarle. Sin embargo, al recordar que nadie lo hacía y por la insistencia, el hombre se puso en alerta. Su corazón también, al pensar en la posibilidad de que ella hubiera cambiado de parecer y... bueno, para no bajar en caso de que fuera en vano o Susana, Terruce se puso de pie para caminar hacia un bote de basura donde depositó los remanentes de su manzana y consiguientemente hacia la ventana que yacía muy cerca de la cocineta.

Lamentablemente, desde ahí no podía ver nada. Po lo tanto, optaba por abrir para asomarse y recibir ¡un objeto golpeándole justamente la nariz!

De sobra, Cande sabía que él estaba ahí porque lo hubo divisado cuando dobló en la esquina hacia su domicilio.

Gritarle por su nombre o correr detrás de él hasta darle alcance no hubiera sido tan mala idea. No obstante y para no llamar la atención de los transeúntes, con paso que era característico de ella, a Terruce fue.

La luz que abajo no había porque el establecimiento ya estaba cerrado, arriba estaba encendida, y si no la atendía, probablemente era porque él estaba pensando que podían ser todos excepto ella.

Suponiéndolo, y sin darse por vencida, en el negro suelo, la rubia empezó a buscar una piedra. Esas que cuando las necesitas nunca están ahí. Justo en ese momento le pasó a Cande que llegando casi a la calle principal por suerte pateó una ficha de equis refresco que sería lo que Terruce recibiera al abrir la ventana.

Sumamente apenada, la rubia pedía — ¡Perdón! —, ¿y cómo no iba a dárselo? si además de amarla con todo su ser, hubo ido a buscarlo que hasta se le olvidó por qué hubo sido su enojo.

Bajar de inmediato y abrirle la puerta era lo más correcto; sin embargo, ella al ver su intención, le diría:

— ¡Pásame las llaves para que no bajes!

Sonriendo de su amabilidad, Terruce indicaba:

— Debajo del tapete que decora la puerta hay una.

Dicho eso, Cande fue adonde se le señaló. Y en lo que ella ingresaba, él siempre sí salió a su encuentro.

Parado en el escalón de arriba hacia abajo, la vería ascender después de haber cerrado debidamente.

Con la llave en la mano, ella preguntaba:

— ¿Siempre has dejado esto ahí?

— Sí; pero si quieres... puedes conservarla.

No se lo dijeron dos veces, porque Cande metió la llave, junto a las suyas, en el bolsillo trasero de su short de mezclilla.

Ese hecho causó la sonrisa del hombre el cual cuestionaba lo que era obvio:

— ¿Qué haces aquí?

— Simple — ella cada vez estaba más cerca — sólo necesitaba que me indicaras el caminito para venir a ti.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora