Capítulo 2: Parte C

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Justo a las cinco cuarenta de la tarde, el trabajador técnico de la tienda de antigüedades hizo un descanso.

El aparato, que le había tomado gran parte del día porque no se dejaba arreglar, abandonó para buscar la salida del local.

La gente vecina que le veía sobre la puerta le saludaba, contestándoles él con una amplia sonrisa.

En cambio, la joven mujer a cargo de la estética contigua, al verlo, dejó a su cliente en manos de otra, para salir y no perder la oportunidad de hacerle plática. Una que él ignoraría por completo por estar al pendiente de la llegada de Cande, de la cual tiempo atrás se sentía sumamente atraído.

Su serio comportamiento, su callado actuar, sus reservados movimientos, sus claros y entristecidos ojos; pero cuando de repente la veía sonreír ¡Dios, su sonrisa ponía a bailar su enamorado corazón!

Sus compañeros de trabajo no estaban ignorantes de sus verdaderos sentimientos por Cande, y es que al estar platicando, aún de trivialidades... ella siempre salía a brote.

Las burlas de ellos lo ponían increíblemente ruborizado; y cuando sentía que se estaban pasando del límite permitido, su carácter fuerte resaltaba y los hacía aplacarse.

Por lo mismo, advertidos estaban y nadie debía decir nada hasta que ella ingresara completamente al edificio donde su departamento estaba.

Su jefe y un joven practicante, detrás del mostrador, lo miraban.

El que yacía en la puerta se giró a ellos; más no fue necesario decirles absolutamente nada porque su rostro serio les indicó su preocupación al no verla descender del autobús procedente de Manhattan que recién había arribado.

Conociendo lo impaciente y atrabancado que era cuando se trataba de su amor, Bob, el encargado del local, con una señal, le pidió aguardar.

La mujer que no respiraba por estar hablando le extrañó verle ese gesto fruncido, por lo que hizo a un lado su sosa plática para preguntarle:

— ¿Todo bien, Terruce?

— ¡No, Susana! — contestó enojado; y por su actitud nerviosa de nuevo se le cuestionaba:

— ¿Qué te pasa?

El hombre iba a ser netamente grosero cuando....

— ¡Ahí está ya! — dijo aliviado y su rostro se iluminó.

Quienes lo observaban sonrieron al ver al impaciente aquel ingresar rápidamente al local para esconderse de ella.

En tanto, la que no entendió y ni cuenta se dio que se había quedado sola, otra vez y al aire preguntaba:

— ¿Quién está?

Sus ojos intentaron mirar donde él había tenido posada la mirada: en una mujer que caminaba por la banqueta y cargaba dos bolsas.

Haciéndosele fácil, la estilista la catalogaba:

— ¡Oh, pero si es la mustia esa! No me digas que...

La soliloquia mujer se giró adonde supuestamente estaba Terruce.

Al darse cuenta de su obvio abandono, ella, con pose indignada, también emprendió retirada para ingresar a su changarro habiendo sido seguida de las miradas y risas burlonas de dos varones ya que el otro continuaba enfocado en la hermosa ladrona que constantemente le robaba el sueño y los pensamientos.

Candy, por su parte, en lo que llegaba a su vivienda, iba pensando en la cena que se prepararía: una deliciosa ensalada Iceberg bañada con queso azul y esparcidos trozos de nuez; y de proteína usaría pollo en salsa de durazno.

De sólo percibir su rico sabor, la mujer ya saboreaba sus alimentos. Aunque esa noche la música le quedaría mal porque...

Después de arribar y dejar todo en la cocina, Cande se dispuso a encender su radio-consola, una que por cierto, era bastante vieja y tal parecía que no estaba dispuesta a sonar más. Así que, quien se puso alegre fue la televisión que se encendió para visitar, del servicio por cable, los canales musicales eligiendo el género pop para amenizar el lugar y repetir sus acostumbradas rutinas.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora