Capítulo 4: Parte B

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Faltaban escasos minutos para las nueve de la mañana del nuevo día; y ella vestía como toda una oficinista.

Debido a que había perdido el autobús que la dejaba muy cerca del edificio donde trabajaba, en el interior del ferri que navegaba por el Río Hudson conectando a Nueva Jersey con Nueva York, Cande viajaba, llevando en su porte y rostro la misma seriedad que la caracterizaba.

Ese gesto y el que no portara argolla matrimonial hacía crecer mayormente la curiosidad de los hombres hasta eso guapos ejecutivos quienes, eliminando pensamientos malsanos, la iban admirando en silencio y que tal vez con un poco de suerte, la hermosa mujer podría o corresponder a una de las tantas miradas, sonrisas o coqueteos que discretamente le dedicaban.

Ninguna de las tres cosas ninguno conseguiría porque la fémina parecía realmente no interesada.

Y la verdad, de ellos no lo estaba, sino increíblemente de aquél que apenas conociera la noche pasada y que le robara el sueño; y que como cada mañana, —desconociéndolo ella—, escondido en el local de antigüedades, la hubo visto salir del edificio donde vivía para tomar, en la avenida, el taxi que la llevara a la terminal naviera debido a lo tarde que se le hubo hecho.

Extrañado de ese detalle, él se había quedado, ya que Cande era muy puntual en sus salidas, por lo menos cuando del trabajo se trataba, porque los sábados y los domingos su presencia afuera variaba.

Él de sobra lo sabía; y es que desde la ventana de su cuarto que yacía en la parte de arriba del mismo establecimiento, mientras no elaboraba, se ponía a vigilarla, pero nunca con la intención de coincidir con ella la cual en lo que terminaba de llegar a su destino, el enamorado técnico, habiendo tomado su caja de herramientas y llevando en el bolsillo de su overol lo que hubo comprado la noche anterior, al departamento de aquella mujer se dirigió para terminar con el trabajo solicitado. 

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