Capítulo 10: Parte H de Hot

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Una hermosa y elegante recámara decorada toda con muebles y artículos del siglo XVIII fue el deleite de unos ojos. Aunque el pensamiento de la rubia se fue hacia el valor que todo aquello tenía.

Terruce, por su parte, pensaba que ella era la pieza que le faltaba para que esa habitación luciera al máximo.

— ¿Te gusta?

Él preguntó a sus espaldas, sintiendo Cande cómo le removían su cabellera para que unos labios la besaran por el cuello.

Cerrando los ojos y disfrutando la caricia, ella decía:

— Es... preciosa.

— No —, él ya le hablaba en el oído — aquí tú lo eres.

Cande gozó de su aliento; y seductora, se movió en el torso de él.

Percibido que el miembro viril mantenía su postura, con lentitud, la mujer empezó a girarse.

La prenda del técnico se abría por medio de un cierre; por consiguiente, ella se apoderó de la cabeza metálica y fue bajándolo lentamente.

Terruce perdió el control de su respiración ante los movimientos de Cande; y a ésta se le fue el aire al ir descubriendo su piel.

Con un deseo naciente, la rubia lo deshizo de la parte de arriba de su prenda.

Por breves segundos volvió a admirarlo; no obstante, tocar el trabajado abdomen era lo que más quería, por ende, sus manos le darían esa satisfacción.

De arriba hacia abajo sus manos se deslizaban. También paseaban por los anchos hombros. Más, por los costados, sus brazos lo rodearon, posando sus labios en los desnudos pectorales que bajaban y subían con agitación.

Luego de besarlos, Cande se movió yéndose a parar detrás de él que sintió un largo escalofrío al pasar una lengua por su espina dorsal haciéndole sonrojar que ella dijera:

— ¡Por Dios, Terruce! ¡En verdad eres bellísimo!

El hombre cerró los ojos y gimió con dolor; y es que las manos de Cande por la prenda interior masculina se colaron para tocar momentáneamente la gruesa erección.

Con una sonrisa en el rostro, Terruce la recibiría al volver ella y quedar frente a frente.

Así, Cande lo miró por segundos; y una de sus manos subió para quitarle esa gorra que había hecho parte de él, llevándose precisamente él sus manos al cabello que alborotaría para darle un mejor aspecto.

Su acción consiguió que ella lo llamara:

— Presuntuoso.

Un guiño de ojo, él le dio a su calificativo.

Cande sonrió de su coquetería y se abrazó de su cuello para nuevamente besarse en los labios, sintiendo la rubia las manos masculinas que abarcaban gran parte de su delgado talle, y que conforme el beso se tornaba intenso, las caricias por parte de él también.

La virilidad que rozaba su vientre plano consiguió que ella subiera una pierna a la cadera vecina y ayudada por la mano que estaba en su glúteo.

Los pesos que él un día hubo cargado eran nada comparado con el de su esbelto cuerpo que ágilmente levantó para encaminarse al lecho rodeado de un dosel donde antes de ocuparle, ella se bajó para terminar de liberarlo y liberarse así misma de lo que resultaba muy estorboso: sus visibles prendas de vestir.

No obstante, él quitaba sus zapatos cuando la vio en su fina lencería, siendo justamente lo que Terruce se imaginara así como la oportunidad de quitársela cuando...

Luciendo sus dos prendas íntimas, Cande buscó asiento en el colchón. Y desde ahí miraba al técnico que parecía tener problemas con las agujetas de su calzado.

Ella, impaciente de esperarlo, de rodillas se pondría frente a un poste del dosel y reiría al ver la rudeza con que aquel zapato salió.

Viéndolo libre y en su bóxer de licra resaltando su hombría, la rubia, sujetándose de aquel madero, sobre el piso se puso de pie, quedando su espalda recargada ahí y sus manos también detrás, pero moviendo su cuerpo de un lado a otro, lenta y seductoramente.

Lo que parecía una invitación a acercarse, él tardó segundos en aceptar.

Sintiendo que ya había controlado nerviosismo y sudoración que de pronto brotara, avanzó la distancia que los pondría muy cerca.

Ahí y así, se miraron nuevamente, sintiendo ella el par de dedos de él que le acariciaban desde la frente, la sien, la mejilla y el mentón.

Éste, Terruce sujetaría con delicadeza para levantar un poco el rostro de la mujer que sonreía y a la vez se mostraba ansiosa de volver a sentir su boca que sí, después de haber acariciado sus labios, fue nuevamente besada, diciendo Cande:

— Sé que es pronto, pero... ya tu boca me ha hechizado. Y aunque tus besos son muy tiernos...

Ella, hambrienta, le tiró una mordida que él evitaría juguetón, haciéndole un gesto burlón ante el molesto de Cande que le advertía:

— No te conviene jugar conmigo.

— ¿No?

— No.

— Entonces, ¿merezco un castigo por intentar hacerlo?

— Uno muy cruel que podría privarte de algo que todavía no te he dado y que no sólo podría gustarte, sino hasta hacerte enloquecer. Sin embargo, al aplicarte castigo, éste lo sería más para mí.

— ¿Ah sí? ¿por qué? — él indagó.

— Ya muero por sentir —, la rubia sacó sus manos de donde las tenía para ponerlas en los glúteos masculinos y acercar su intimidad a la de él, — esto que tienes tú aquí y que tal vez ¿nadie más ha disfrutado antes?

— ¿Eso... piensas?

— Eso presiento. Y las mujeres muy poquito nos equivocamos.

Terruce además de estar disfrutando su frote, sonrió diciendo:

— Entonces para que ese "muy poquito" se mantenga intacto... ¿quién le va a hacer el amor a quién?

— Creo que por hoy... seré yo.

La mujer buscó urgentemente su boca y entre besos volvió a decir:

— Pero tienes permiso de tocar todo lo que quieras.

Con la autorización, unos largos dedos se posaron del broche frontal del sujetador.

Al liberar precisamente lo que sujetaban, una mano se posó en uno de los desnudos senos.

Luego, se deslizó por el terso talle para otra vez hacerse de un glúteo.

Conforme lo acariciaba en su redondez, una pierna volvía a treparse a su cadera consiguiendo ella con su movimiento que unos dedos rozaran su ardiente femineidad y exclamara el gozo que eso le provocara.

Cande soltó lo que tenía para ir a meter su mano, percibiendo en el camino: el vello masculino, y tocar su miembro; aunque él a su contacto apretó la mandíbula, cerró los ojos y se quejó quedamente.

Porque los dos permanecieron inmóviles, él abrió los párpados. La miró, oyendo ambos sus agitadas respiraciones y llegaron a la conclusión que no podían contenerse más. Entonces, en donde estaban, Cande bajó una prenda. Terruce hizo a un lado otra. Ella lo guió a su intimidad que sería invadida lenta y cuidadosamente por la de él.

La rubia, a su primer contacto, no sólo gimió al ser traspasado su fuego interior, sino que alzó los brazos para agarrarse con las manos del poste y abrazar con ambas piernas la cadera de él que la atacaba pausadamente.

Gestos de dolor se hubieron reflejado en sus rostros; pero en cuanto más y más se fueron compenetrando, la molestia hubo ido desapareciendo para quedar en su lugar muecas de gusto y gozo y más tarde... la de la satisfacción.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora