Capítulo 16: Parte B

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Cande tenía la más mínima idea de lo feliz que lo hubo hecho y lo hacía al aceptar casarse con él, que seguidamente de haberla alcanzado para atraerla a su persona, su mano, su boca, su nariz, sus ojos, sus mejillas, ¡en fin! todo lo que se pudiera besar, fue besado, sin haberle importado a Terruce el dolor que todavía sentía debido a su herida; y porque realmente no le importaba, él intentó ponerse de pie para ir adonde una prenda estaba y a ella le pertenecía.

La rubia fue contagiada de su loca alegría. ¡Tanto! que las lágrimas la traicionaron; pero mayormente al haber remontado un pasado donde una petición de casamiento no hubo sido para nada igual cuando según ella la aceptó habiendo estado perdidamente enamorada.

Terruce se levantó ayudado por ella.

Al notar su llanto, él la abrazó, acurrucándola fuertemente en su pecho donde también se percibía el latido contento de un corazón que decía:

— Prometo que voy amarte más de lo que ya lo hago. Voy a adorarte hasta cansarme, a cuidarte también y de mí nunca tendrás queja alguna.

Las palabras dichas la pusieron más sensible. Y Cande correspondió a su afecto y se aferró a él al que, entre lágrimas, le preguntaban:

— Por todos los cielos, Terry, ¿dónde estuviste todo este tiempo?

Percibiendo la calidez de su femenino cuerpo, él cerró los ojos y sonrió diciendo:

— Amándote escondido. Ocultando mi pasión por ti.

— Y si ya me amabas de tiempo atrás ¿por qué no apareciste antes?

— Porque temía que tu corazón no estuviera disponible para mí. ¡Eres tan hermosa! ¡tan única! ¡tan especial! ¡tan mujer! que gustoso moriría en este momento después de haber probado la miel de tus labios, de tu piel; de haberme perdido en el dulce brillo de tus ojos y deslumbrado con el resplandor de tu sonrisa. Frente a mi mirada no hay criatura más bella que tú. ¡Dios, Cande! —, él la abrazó más; ¡no sabes cuánto te amo ni la dicha que me has causado al aceptarme a tu lado!

Sonriendo de escuchar una nueva declaración de amor, un tanto presuntuosa ella diría:

— Me has garantizado que me harás feliz, ¿no?

— Con cada segundo que viva a partir de ya.

Sumamente cuidadoso, Terruce la separó de su cuerpo para levantarle el rostro y posar su boca en la de Cande.

Ella, conforme sentía los pulgares de él limpiándole las lágrimas derramadas, sus labios cálidos y suaves la besaban con la más tierna de las caricias; suficiente para que ella se entregara al acompasado movimiento, percibiendo también en ellos que su amor para con su persona, sí era en verdad sincero.

Lo que bastó para que la rubia mezclara su aliento con el del técnico, romper casi enseguida el momento y decirle:

— No sé si es debido a la descompensación de hormonas que dice el doctor que padezco o siempre has sido tú el que me mueve todo por dentro, pero tu tierno beso ha conseguido excitarme; y como sé que en estos instantes no estás en las debidas condiciones para satisfacerme...

La mujer se separó para verlo sonreír.

— Iré arriba para preparar lo esencial e irnos de aquí.

Él asintió, ayudándose nuevamente de ella para quedar sentado en la cama improvisada.

Sin embargo, en lo que Terruce se quedaba solo y Cande buscaba las escaleras, la puerta que los conectaba a la calle se abrió, sorprendiéndose la rubia de esa presencia que inmediatamente decía:

— Perdón. La vi abierta —, la puerta por supuesto, — y se me ocurrió ingresar sin anunciarme primero.

— No se preocupe, oficial —, ella sonrió adivinando el motivo de la visita, — viene a ver a Terruce, ¿verdad?

— Así es; y me imagino que está.

— Claro —, la mujer no perdía su sonrisa; y le indicaba el camino: — Es por allá.

— Muchas gracias, señorita...

— Cande — se presentó al estirar su mano que se aceptó y sujetó con firmeza.

— Tanto gusto. Para los amigos yo soy Mark.

— Qué amable. El gusto es para mí. Bueno —, la rubia se soltó para autorizar: — puede pasar. Yo enseguida estoy con ustedes.

— Gracias.

El amigo policía emprendió su angosta vereda y la fémina también.

Al llegarse a una segunda entrada no se vaciló en mirar por donde ella se hubo perdido.

— ¡Sí que sabes lo que quieres! — se dijo.

— ¿Verdad que sí?

— ¡Es guapísima! — expresó Mark.

Lástima que ya no estaba disponible para ninguno, sino únicamente para el amigo del que se quiso saber:

— ¿Cómo has estado?

— Bien.

El oficial sonaría envidioso al decir:

— Y con eso a un lado, adivino que estarás mejor.

Para no hacerle caso a los celos que sintiera, se decía:

— ¿Mark?

— Dime.

— ¿Podrías alcanzarme la silla de ruedas?

— Te recomendaron el mayor reposo posible.

— Lo sé; pero necesito ir por algo.

— Indícamelo; y yo lo hago por ti.

— Se trata del pantalón que usé ayer. Está por allá —, se apuntó.

Dado con lo solicitado, lo llevaron para que Terruce buscara y encontrara entre los bolsillos: una cajita de piel en color negro.

Mark la observó cuando se tuvo en una mano.

— ¿Acaso le propondrás matrimonio? — se preguntó.

— Lo hice anteriormente y hoy me ha aceptado.

Ma' man! — el policía exclamó.

Con emoción extendieron manos y las estrecharon amigablemente.

— ¡Enhorabuena!

— Gracias.

— ¿Y para cuándo? — se cuestionó viendo al obsequio ser puesto en otro bolsillo.

— Todavía hay que planearlo con ella.

— Pues desde ya, les deseo todo la felicidad del mundo.

Mark hubo pluralizado porque Cande no se tardó mucho estando en la vivienda de arriba, y con algunas cosas en la mano frente a ellos apareció.

La oportunidad no se perdió para solicitar ayuda que sería en acomodar a Terruce en la silla de ruedas en lo que Cande recogía medicamentos, sus pertenencias e indicaba el camino que debían seguir.

Asegurado el lugar que dejaban y escoltados por el oficial de policía, la pareja prontamente a contraer nupcias llegó a la entrada del edificio Cliffside donde Mark se despidió al ver que su amigo en mejores manos no podía estar.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora