Capítulo 5: Parte C

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Confiado que nadie más iría a molestarle, Terruce se puso de pie para calentar los brazos. Pasados unos minutos, solicitó un cambio que se le concedió y jugó el frontón por un rato.

Sintiéndose de mejores ánimos, tiempo después, el guapo técnico se dirigió a casa yendo a su lado su inseparable lazarillo.

Éste, llevando su mochila, no cesaba de bombardearlo con sus preguntas, que además de necias eran ocurrentes, ocasionando éstas las risas de su acompañante, el cual por más que respondía adultamente no convencía al complicado y joven raciocinio de Jimmy quien molesto volvía a alegar que en su lugar, él hubiera puesto a aquel fantoche trajeado que se hubo atrevido ir a retarlo.

Que ese modo tan prehistórico entre caballeros no resolvía nada, sino al contrario más problemas se hubiesen suscitado, era la contestación que Terruce le daba, además:

— Queremos que Cande nos haga caso, ¿cierto?

— Sí.

— Entonces, imagínate que por suerte, le pego a su amigo...

— Pegarle sería poco — el chico lo interrumpió para afirmar: — ¡lo hubieras hecho papilla!

— Sí, Jimmy, pero escucha lo que quiero decirte.

— ¡Que si el muy rajón va a lloriquearle, ella se enojará contigo y todo se echará a perder! Pero si le explicamos que él te provocó, ¿también?

— Por eso es mejor usar la prudencia. Además... no lo culpo, Jimmy. La reacción que él tuvo, si yo tuviera algo parecido y muy preciado, no hubiera sido diferente.

— ¡Pero...!

— Ya.

Terruce detuvo la necia conversación y también sus pasos al llegar a la calle por donde vivía Jimmy.

Éste, torciendo la boca debido a la insatisfacción que sentía, entregó la mochila que cargaba.

Recibidas las gracias por la ayuda, el jovencito tomó dirección a su casa seguido de la mirada del técnico que sonreía del enfado que aquél llevaba.

Seguido de haberlo visto patear una lata, el guapo hombre prosiguió su andar; y éste lo condujo al local de antigüedades que poco tenía de haber sido cerrado por Bob. Por lo tanto, a la puerta que lo llevaba a su vivienda, fue.

Al estar arriba, se puso a ordenar su habitación, ya que ese día le tocaba así como el llevar a la lavandería, la ropa sucia.

Con bolsa en mano, monedas y un libro, Terruce de nuevo salió de casa, no alcanzando a oír cuando el teléfono sonara y no dejando mensaje quien le llamaba.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora