Capítulo 10: Parte A

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¡Gracias mil gracias!

. . . 

Porque realmente se iba, recibiendo los documentos que el doctor le extendiera, exageradamente cojeando Neil fue detrás de su enfurecida amiga la cual al ser alcanzada por él a puro bolsazo lo agarró por ¡indiscreto!

Aceptando que se había pasado con sus bromas, recuperado del golpe bajo y de los maltratos por parte de ella, Legan abrazó a Cande para pedirle disculpas.

Ser perdonado iba a costarle. Y el abogado lo pagaría al cubrir su salario semanal, el desayuno y también todo lo referente al viaje a Chicago que organizarían al sentar sentados en una butaca de restaurante.

Allá, además de hablar de la herencia que se iba a recibir, Neil aconsejaría a Cande prepararse, ya que la demanda para Archivald Cornwall, ahora que sabían y tenían en su poder la prueba, iba a proceder.

— ¿Y si lo dejáramos en paz? — Cande sugirió.

— ¡¿Estás deschavetada?!

Sin misericordia, con el mango de su cuchillo Legan golpeó un nudillo de su amiga que, al estar sobándoselo, daría su razón:

— Neil, ya bastantes problemas tuve con él como para empezar uno nuevo. Además, si se está muriendo ¿por qué no dejarlo que muera tranquilo?

Listen... —, él la apuntó con la misma arma blanca, — aún sabiendo que tiene una pata en el hoyo, el muy desgraciado bien que pudo ir a fastidiarte la existencia, ¿no?

— Sí, pero...

— No, no, no. Tú y yo ya habíamos hablado de algo y acordaste. Ahora, no me vengas con arrepentimientos que realmente no sientes. Si no te conociera ¡já!

— Tienes razón; pero devolver mal por mal, no me hará feliz, Neil.

— ¡Ah, pues a mí sí! — su voz y gesto lo disfrutaron. — Así que, ya cállate que me arruinas el momento y el que viene también y cómete ese...

Legan miró el tazón; y de su contenido quiso saber:

— ¡¿Qué diantres pediste?!

— Es simple avena y manzana.

— ¿Y eso te va a llenar?

— Al menos me ayudará a regularizar mi colesterol que según este documento —, el que les diera el doctor: — salió alto.

— ¡Por Dios, Cande! ¡Qué exagerada eres! ¡Tienes 201 miligramos por decilitro!

— Y si sigo tragando en la calle, pronto serán más. Tú, deberías hacerte un estudio sanguíneo, porque con esas costillas de puerco, huevos estrellados y panqueques bañados en mantequilla has de estar en el cielo.

— ¡Ay, sí lo estoy! Esto es lo más idéntico que se ha de saborear en el paraíso.

Con estilo pero bastante cinismo, Neil cortó carne, algo de huevo y un triángulo de panqueques. Luego, lo prensó todo con el tenedor y abriendo la boca grandemente, el atascado metió su enorme bocado, burlándose de su delicada amiga de lo delicioso que le sabía.

Y en lo que ellos dos, entre regaños y bromas, seguían consumiendo sus alimentos...

Terruce apareció por el local rascándose el cuello.

Bob que ya abría la puerta al público, lo saludó. Y porque un ¿cómo estás? también se oyó, respondía el técnico:

— Creo que mal.

— ¿Qué pasa?

Bob miró a su trabajador que con el dorso de su dedo índice se tallaba su recta nariz.

— Tengo una ligera alergia.

— ¿Tocaste o comiste algo que te la provocara?

— Sí. Anoche Cande me invitó a cenar... pescado.

— ¡¿Y lo comiste?!

Un amigo se burló porque conocía el odio que se tenía por esa específica carne blanca y su reacción.

— No pude rechazarlo —, fue el turno de una nalga la que se atendiera. — Lo malo que toda la noche la pasé rascándome — la espalda ahora se alcanzó.

— ¡Sí qué la amas demasiado para haberlo soportado! — expresó Bob.

— Sí; pero ya no aguanto más. ¿Tienes algo qué pueda aliviarme?

Sin dejar sus mofas debido al chango que tenía en frente, el jefe se acercó al escritorio.

De un cajón sacó un medicamento que era efectivo para las alergias, no obstante su contenido era muy poco.

Terruce para conseguir más se dirigió a la tienda de abarrotes. Y allá...

Los trabajadores que iban a estar a cargo del arreglo de una calle, antes de empezar a laborar, estaban en el interior del local adquiriendo café y algo para acompañarlo.

Él, —seguido de saludarlos, también al tendero de origen hindú y a otro amigo—, por el pasillo derecho se perdió yendo en busca de su salvación.

Con ello en la mano, se devolvió a la caja; y aguardaba para cubrirlo cuando uno de aquellos trabajadores se le acercó para saludarle de mano y preguntarle:

— ¿Juegas a las vencidas?

— No, amigo.

— Entre nosotros lo hacemos mientras descansamos. ¿Quieres venir más tarde e intentar?

— Te agradezco la invitación, pero no estoy interesado. Gracias.

— Se te ve buen brazo — observó otro oyéndose el abrir de la puerta. — ¿O es sólo para apantallar y conquistar a las chicas?

Sabiendo que bromeaban , Terruce sonrió diciendo:

— Digamos ésta vez que sí.

— Uh, pues qué lástima.

Un brazo pasó por los hombros de Terruce.

La cabeza del técnico se giró rápidamente para mirar una mano enjoyada. Posteriormente se fijaba en quien decía:

— ¡Tan guapos y fuertes que me gustan!

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora