Capítulo 16: Parte A

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Por su obvia ambición mostrada, Neil volvió a poner su persona en tamaña encrucijada.

Negar no podía que las dos cosas le interesaban: el dinero que le iba a solventar la vida y la amistad de su amada Cande.

Por ende, ante la firme mirada de Terruce no iba a perder; y Legan para no verse más humillado, lanzaría una mal intencionada cuestión que consistía en:

— ¿Acaso le estás poniendo un precio a su amor?

— Te lo estoy poniendo a ti —, hubo sido rápida la contestación, — así que dime ¿cuánto vales?

— ¿Con tal de alejarme de ella?

— Me conformo con que empieces a mantenerte al margen de ciertas cosas. Y ya después...

Confiado en el gran terreno que ya se había ganado, se diría con alarde:

— Cande no lo permitirá.

— No estés muy seguro, abogado.

— Y al parecer ¿tú sí lo estás? — mofa se había escuchado por parte de Neil.

— Claro; porque sé perfectamente lo que quiero y también lo que no.

Los ojos de Terruce se mantenían fijos en su interlocutor que se definía como:

— Un rival.

Aguantando las ganas de reír, Terruce aseveraba:

— Bien sabes que no lo eres para mí.

— Entonces, ¿cuál es tu temor de tenerme cerca?

— Más que temor es precaución. Ella siempre y ciegamente tendrá mi confianza, pero tú no.

— No me conoces.

— Precisamente por eso. Y para evitar futuras confrontaciones, que de una vez se vaya retirando el perdedor.

Neil se quedó con los deseos de responder al que cordialmente lo había corrido; y es que Cande, con equipaje y bolso, apareció por la puerta queriendo saber:

— ¿Está todo bien?

Su mirada estaba precisamente en Legan que diría:

— Sí, linda.

A propósito y no, el abogado se acercó para darle un beso en la mejilla a modo de despedida.

— Te llamo mañana.

— No se te olvide mi encargo — ella recordó.

— Por supuesto que no — fue la respuesta.

Neil finalmente salió sin volver a mirar al convaleciente que sonreía al tener los ojos de la rubia.

— ¿Qué ha pasado con ustedes? — preguntó conforme iba a su lado.

— Nada.

— ¿Ya vamos a comenzar con mentiras?

— Claro que no. Sólo intercambiamos... algunas palabras.

— Que supongo tuvieron que ver conmigo, ¿cierto?

— Absolutamente correcto.

Terruce le ofreció su mano.

Cande, un tanto renuente, dejó sus pertenencias y se aproximó al hombre que se interesó:

— ¿Quieres contarme cómo te fue en Chicago?

Ella torció la boca mientras se sentaba de nuevo a su lado.

— No sé si definirlo bueno o malo.

— ¿Por qué?

— No sé si te haya mencionado a un tal "Anthony Andrew"

— No lo recuerdo en este preciso momento, pero por el apellido me atrevo a adivinar que se tratará del hijo bastardo de tu ex jefe.

— Exactamente. Bueno, además de haberme vigilado...

— ¡¿Cómo?! — la espalda del técnico se irguió.

— Sí. Creyéndome una oportunista puso gente a investigarme. Y como sí resultó ser hijo sanguíneo del señor Andrew sólo se me consideró la cuarta parte de la herencia.

— ¿Y tú querías más?

— ¡Por supuesto que no!

Cande miró a Terruce con recriminación.

Él levantó una mano para acariciarle el rostro y decirle:

— No te enojes, cariño.

Esa mano que le hubo acariciado se sujetó, asegurándosele:

— No, lo harás tú.

— ¿Por qué? — Terruce frunció el ceño.

— Porque el muy gracioso jovencito de —, ella se puso a calcular, — unos veinte años de edad, se le ocurrió la brillante idea de proponerme matrimonio para así poder disfrutar los dos de todo el dinero de su finado padre.

– ¿Y qué respondiste? — indagó el técnico habiendo ocultado su enojo.

Para ya no meter en más problemas a su amigo, ella respondía:

— Por supuesto que no; además de que... ya estoy comprometida con otro.

El convaleciente sonrió, pero aún así quiso saber:

— ¿Y qué dijo?

— Neil se quedó hablando con ellos y yo me retiré para saber de ti. Así que...

Cande se puso de pie para poner punto final a esa conversación; y mirando el lugar, decidía:

— Como no puedo dejarte aquí ni yo cabré en esa cama —, donde estaba él; — iré arriba, tomaré algunas de tus cosas y nos iremos a casa.

— ¿Cómo? —, en el rostro de Terruce se combinó la sorpresa y también la extrañeza.

— Allá, tendrás mayor comodidad. Yo más facilidades para cuidarte, pero lo mejor es que...

La rubia se acercó para acariciar con su mano libre su guapa cara y sentenciar:

— Lo haré desde este día y... ¿lo que nos resta de vida?

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora