Capítulo 11: Parte E

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Con sus debidas prendas puestas, ya se veía a la pareja: ella en la cocina y él sentado en el comedor revisando el aparato electrodoméstico al que se diagnosticó como quemado.

— Pero aun así ¿tiene solución?

— Podría, sí. ¿Tendrás un desarmador a la mano?

— ¿No importa el tamaño?

— De preferencia si lo tienes pequeño.

— Debajo de la mesa de centro —, ahí en la sala — hay un cajón; y adentro puedes elegir el que te sirva.

Terruce se puso de pie para ir por ello; y porque sobre el mueble señalado estaba su bolso, antes de imaginarse a un ladrón intentando arrebatarle su prenda, él quiso saber:

— ¿Qué le pasó a tu bolsa?

Yendo a la mesa y llevando la cena, Cande lo enteraba:

— Ah, una "graciosa" mujercita, caminando por la calle, lo rasgó según ella dizque "accidentalmente"

— ¿Es caro? — lo hubo preguntado al observarse el gesto expresado — porque pudiste haberle exigido que te lo pagara.

— No es lo monetario, Terruce, sino lo sentimental. Era un recuerdo. Otro obsequio del señor Andrew.

— Oh, entiendo.

El hombre se dispuso a buscar lo que había solicitado oyendo a la rubia:

— Pero ya que me diste tu consejo, se lo deberías decir a ella también.

— ¿A quién?

Con un objeto en la mano, un gesto se frunció de camino a su asiento.

— A la mujer esa que lo hizo. Después de nuestro amigable altercado, pasó a preguntar por ti —, lo miraría a los ojos para preguntarle: — ¿no saliste a atenderla?

Sabemos que sí pero él diría:

— No.

— ¿Por qué? — ella se interesó, devolviéndole Terruce la cuestión:

— ¿Te dijo algo que te molestara?

— Al contrario... —, lo invitó a sentarse, — creo que fui yo más ruda con ella.

— ¿Llevaba cabellos cortos, algo disparejos y rojos?

— Sí. ¿Quién es?

— Susana

— ¡¿En serio?! — Cande mostró sorpresa y mofa. — ¡Vaya! Casi la agarro a golpes y yo sin saber que... ¿es mi rival de amores?

La burla no le causó mucha gracia y él lo dejaría en claro:

— Ella no lo es. De eso puedes estar segura.

— De acuerdo. Voy a creer en ti.

— Si es así... — con valor él le diría: — entonces debes saber que la invité a salir.

La respuesta de Cande consistía:

— ¿Lo hiciste antes o después de lo que ha sucedido entre nosotros?

— Fue ese día que te encontré besando a Neil.

— Pero te dije...

— Sí, lo sé. Pero fue debido a un estúpido arrebato de celos.

— ¡Pues muy mal hecho, jovencito! — ella lo reprendió. — ¡Eso no se hace!

— ¿Tener celos de la mujer que amo?

Él extendió su mano a la rubia que le entregó la suya aclarándole:

— El invitar a salir a otra sólo por despecho.

— Tú tuviste la culpa —, él la abrazó por la cintura.

— Con culparme —, la mujer le acarició el rostro, — no te librarás del castigo.

— ¿Ya vas a privarme tan pronto de lo que me has dado y que además de gustarme, me enloquece?

Cande rió al recordarle sus palabras dichas. Sin embargo, aclaraba:

— Tu castigo será... cumplir con esa extrovertida mujer.

— ¡¿Qué?!

De la inesperada reacción y noticia, Terruce abruptamente se hubo puesto de pie.

Y ni por muy grandote que estuviera, ella cedería en su mandato:

— Irás con ella adonde le hayas prometido ir.

— ¡Pero...!

— Aunque a mí no necesitas comprobarme el hombre que sé que eres, demuestra que también tienes palabra y sabes cumplirla.

Abrazándola porque con eso le afirmaba que efectivamente no había errado en elegirla como la mujer de su vida, él inventaría excusas para hacerla desistir:

— Y si al salir con ella me pide un beso ¿se lo daré?

— Mi amor —, ahora se burlaría de él — ¿cuánto tiempo estuviste aguardando por uno mío que según tus confesiones... me quieres?

— Mucho.

— ¿Se lo darías a Susana de la cual quiero creer que no significa nada?

— Por supuesto que no.

— Entonces... ¡ve!

Sin embargo, él insistía:

— Y si al hacerlo ¿quiere abusar de mí? —, que era lo más factible porque Cande no se lo perdonó.

— Ah, entonces ella, además de darse cuenta que ya hay una "C" en cierto lugar que no se puede quitar tan fácilmente, sabrá quién es realmente Cande Ex White — que ni madre ni padre ni perrito que le ladrara tenía ya, riendo Terruce que decía:

— Pero muy pronto llevarás el Grantham

— ¿La "G" de tu tarjeta eso significa?

— Sí — él extendió su mano para decir: — Mucho gusto, mi nombre completo es Terruce Allen Grantham.

— Ah, pues el gusto ha sido todo mío —, posesiva repetiría: — ¡sólo mío!

En un beso que cada vez le subían de tono a su color, se envolvieron. Más, al separarse, él pedía afirmación:

— Cande, ¿hablas en serio?

— ¿De que eres mío?

— De que quieres que salga con Susana.

— ¡Claro! —, se mostró segura de sí misma, — porque debe empezar a haber entre los dos: confianza; y ésta última yo voy a dártela a ti. Pero eso sí —, siempre sí lo amenazaría: — cuando vuelvas de tu cita, pasarás por una muy meticulosa y completa revisión. Ahora cenemos — lo nalgueó para él tomar su lugar e ir ella al suyo — porque esto volverá a enfriarse y yo me muero de hambre; y aunque tú estás como para comerte corro el riesgo de que pongas muy gorda y no precisamente estoy hablando de comida, sino... de una cría.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora