Capítulo 10: Parte F

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Pidiendo a todos los dioses del universo que no los hubiera escuchado, Terruce se acercó a ella devolviéndole el saludo:

— Buen día —. Y como era algo que le importaba saber, él cuestionaba: — ¿Cómo te fue?

— Bien. ¿Estás ocupado? — ella le preguntó al técnico; en cambio, a Bob y a Jimmy les envió sonriente, un hola de mano.

— No.

Antes de que el guapo hombre dijera nada...

— ¿Sabes, Terry?

El dueño se acercaría al escritorio para dejar su libro.

— Acabo de acordarme que tengo que llevar a papá al hospital. ¿Jimmy? — el cual seguía atorado.

— ¿Sí?

— Ven conmigo — se le pidió.

— ¡¿Yo?!

— Sí, tú.

— Está bien.

Malhumorado y con el cajón en el trasero, el chico se levantó haciendo reír a Cande de lo cómico que se veía caminando.

No obstante, las risas de la rubia cesarían al oírle cantar algunas líneas de la canción de Bésala de La Sirenita resaltando:

Ella está ahí "parada" frente a ti. No te ha dicho nada aún pero algo te atrae. Sin saber por qué te mueres por tratar de darle un ¡BESO! ya.

— ¡Jimmy! — lo llamó Terruce poniendo sus manos en la cara.

El chico, por su parte, había subido el tono en la voz conforme salía de su caja...

Si la quieres, si la quieres mírala. Mírala y ya verás no hay que preguntarle. No hay qué decir, no hay nada qué decir, ahora ¡BÉSALA! — desentonado, hubo gritado.

— ¡Te voy a golpear!

Con todos los colores en el rostro, se pedía al que hacía grandes esfuerzos por no reír:

— ¡Bob, ya llévatelo de aquí!

Aún de la oreja que pescaron, el jovencito estaba imparablemente burlón:

SHA LA LA LA No hay por qué temer. No te va a comer, ahora bésala — se imitó el sonido de un beso. Luego murmuraba: – Bésala — y lo seguiría haciendo — bésala — hasta que Jimmy hubo desaparecido dejando a la pareja bastante apenada.

Pero los dos saltarían del susto cuando detrás oyeron fuertemente: — ¡BÉSALA!

No pudiendo contener ambos sus risas, ella exclamaba:

— ¡Qué chico!

Sintiendo un sudorcito por todo el cuerpo Terruce diría:

— Por favor, Cande, perdona sus irreverencias.

— Está bien — dijo la mujer tratando de controlar sus nervios.

En lo que los dos lo lograban, el silencio se hizo presente, irrumpiéndolo una cliente de la tercera edad la cual iba a preguntar si podían reemplazar una llave quebrada por una buena para que abriera una coqueta de nogal construida a finales de siglo XIX.

Aprovechando eso para escapar, a la rubia se solicitó un permiso yendo Terruce a atender a la otra mujer.

Mientras él lo hacía, Cande también husmearía por el lugar.

Desde muebles, relojes de caja y pared, cristalería, muñecas de porcelana hasta pequeños objetos que yacían sobre una extensa mesa, la fémina miró así como el guardapelo que frente a ella, llamó su atención.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora