Capítulo 10: Parte C

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Terruce, de reojo, veía a los metiches que estaban a la espera de una contestación.

Debido a que no la dio y en el mostrador dejó lo que iba a adquirir para salir de ahí, todos oyeron del recién llegado:

— Sí, sí lo tiene. Y como sé que después de esto otra vez no volveré a verte no sé por cuanto tiempo, sólo quiero que sepas que no te molestaré más porque ya tengo a alguien que me calienta realmente la cama y tú... bueno...

Cínico, Charles apoyó sus codos en el mostrador apenas distinguiendo los murmullos de algunos hombres que decían vulgarmente:

— ¡Qué chasco! ¡Son puñetas!

Y como si roña fuera la que tuvieran, sin disimular, se dispersaron, viendo a Terruce que había llegado a la puerta y que a propósito la había cerrado para girarse y finalmente decir:

— Vaya, Charles. No cabe duda que actuación has de estar estudiando porque cada vez que hablas en público superas tu última representación.

— ¿Te lo parece? — fanfarrón Sanders miraba su anillada mano.

— Claro. Sólo que ahora —, el técnico se fue acercando, — veamos qué dice y cuál es la reacción de la audiencia de lo que tengo que decir yo.

Burlón, Charles miró a Archivald que como todos oía:

— La mayoría de ustedes ya me conoce, pero a él no —, Terry lo apuntó, — así que, véanlo y háganlo bien porque frente a ustedes tienen a... — sería sarcástico: — un hombre con bastante dinero y que mucha gente se pregunta ¿cómo lo has hecho?

— Todos saben que trabajando.

— ¿Tú o tus... —, se miró a Cornwall, — prostitutos?

Todos los ojos se pusieron en Sanders que miraba a Terruce el cual seguía diciendo:

— Esos ingenuos jovencitos que se dejaron engañar por ti, creyendo que los querías sentimentalmente, pero que al salir y dejarlos encerrados en tu departamento después de haberles pedido la prueba de su amor, ibas a un teléfono para pedir rescate por sus vidas a sus respectivas familias.

— ¡Eso es mentira! — Charles se incorporó y palideció.

— Pero eso no es todo; ya que, al recibir el dinero no sólo te quedabas con la suma que solicitabas, sino con ellos que los depositabas en una casa, por supuesto muy lejos de sus orígenes, para que siguieran ofreciendo sus servicios sexuales y te mantuvieran.

Descubierto un hombre espetaba:

— ¡Te voy a matar, Terruce!

Detenido por Archivald, Sanders, desde su lugar, hubo amenazado al técnico que no se amedrentó y diría:

— Curioso. Sé de muchos padres que quieren hacer lo mismo contigo, pero porque desgraciadamente tienes comprado a las autoridades del pueblo nadie ha podido actuar legalmente contra ti.

Mirando a los hombres que ya estaban molestos, el técnico preguntaría:

— ¿Hay alguno entre ustedes que haya padecido, tenga o conozca un caso de extorción muy similar?... ¿no?... ¿ninguno?

Nadie respondió porque entre ellos y vestido de civil había un amigo policía que también era espectador.

— ¡Lástima! Te has salvado por hoy.

— ¡Tú también, infeliz! ¡Ya hallaré el modo para destruirte!

— Ya no pierdas tu tiempo y mejor lárgate por donde viniste y no vuelvas más. También dile a tu marido —, lo volvió a mirar, — que no vuelva a molestar a Cande porque le irá peor que su enfermedad.

Mirando a cada rato hacia atrás, aquel acosador y su acompañante buscaron y destrabaron la salida yendo detrás de ellos aquel bonche de hombres que a una autorización dada además de confiscarles el auto, los perseguirían velozmente hasta sacarlos de la ciudad.

Porque su alergia seguía presente pero se la hubo aguantado, al estar pagando su medicamento, un hombre se acercó a Terruce para recomendarle:

— Deberías ir a denunciar todo esto que sabes.

— Ahora también lo sabes tú. ¿Por qué no lo haces?

— ¡Te juro que lo haré! ¡Esos malditos merecen su castigo! ¿Podrías darme nombres?

— Los que quieras.

— Pero antes... —, el policía buscó la mirada de técnico, — ¿tú fuiste víctima de él?

— No. Sólo de sus acosamientos por no haber caído en su juego —, y del cual corrió a tiempo enterándose por su madre, lo que otras víctimas hablaban de aquel sádico.

Para romper ese tenso ambiente, el tendero de fuerte acento diría:

— Ya sabía yo que Terry amigo no podía ser de los otros.

— ¡Claro que no! — opinó un trabajador. — Y si no, hay que preguntarle a la vecina del edificio Cliffside. Anoche se le vio salir de ahí.

— Y dice el portero que no es la primera vez.

Dándole un codazo a su compañero se decía:

— Es lo malo de vivir en pueblo chico porque el infierno es grande. Ni cómo portarse mal porque todo lo saben de ti.

Riendo es como dos hombres salieron de ahí para encaminarse al parque y en una apartada banca hablar largo y tendido.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora