Capítulo 9: Parte B

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Tres minutos le restaban a la media hora que se había pedido.

Cande, con el encendedor que sostenía en mano, recién había prendido las mechas de las velas del fino candelabro de bronce que decoraba y alumbraba hermosamente la mesa que ella con esmero había puesto.

Sonriendo orgullosa y vanidosamente de lo bonito que se veía todo, la mujer liberó sus manos para ir a la consola, bajar el volumen y sintonizar una estación de música que fuera acorde con la ocasión.

Consiguientemente y en lo que su guapo invitado hacía su aparición, Cande, habiendo optado por quedarse con sus cómodas ropas, se encaminó hacia su alcoba para darse un último retoque en el cabello que según ella lo usaría suelto.

Sin embargo, terminó con su arreglo (siempre sí el cabello atado), salió de su habitación para ir al comedor donde echó otro vistazo a la comida, se encaminó a la terraza, depositó su mirada en el negro horizonte y Terruce no llegaba. No lo hacía, porque...

Ya que mal había quedado con el postre, con las manos vacías tampoco podía presentarse. Entonces, a dos cuadras de donde vivía, había un pequeño local que vendía todo tipo de artículos, entre ellos... rosas. Y aunque rojas las buscaba, las blancas eran lo único que tenían en ese momento.

Buscar otra cosa le robaría más tiempo, y como a las damas ¡jamás! se les hace esperar, ordenó ese ramo de flores.

Con ellas bonitamente arregladas, Terruce caminó al edificio.

Al estar en su interior, además de pedir autorización de subir adonde Cande, el portero que se lo concedió también le solicitó un favor.

Dicho sí, la mano del bien parecido técnico recibió lo que se le hubo extendido: un sobre amarillo con el nombre de ella.

Con la intriga de saber su contenido, Terruce se dirigió a uno de los departamentos del piso número catorce.

Arribado allá, la puerta estaba abierta; y antes de ingresar por completo, él se asomó presionando el botón del timbre.

Adivinando que era su invitado, Cande sonrió y salió de donde estaba para ir a su encuentro.

— Lamento la tardanza — dijo él entregando primero sus rosas.

— ¡Hermosas qué están! — ella las recibió para olerlas y decir: — ¡Gracias! Y pasa, por favor, que estás en casa.

Ahora las gracias salieron por parte de él que la vio dirigirse a la barra donde yacía otro florero muy idéntico al que decoraba el centro de la mesa.

Yendo detrás de ella, le decía:

— También esto es tuyo.

— ¿Ah sí?

Cande lo miró de reojo ya que estaba ocupada acomodando sus rosas blancas.

— Te lo envía el conserje.

— Oh, gracias.

Terruce aguardó con aquello en las manos hasta que ella estuviera desocupada.

Al estarlo, mientras Cande lo abría, él se concentró en mirarlo todo.

Agradándole, el hombre se atrevió a imaginarse lo magnífico y perfecto que siempre su casa luciría si ella se animara a compartirla con él.

— ¿Malas noticias? — preguntó el técnico al oírle tronar la boca.

— No. O más bien, no lo sé.

— ¿De qué se trata?

— ¿Recuerdas que te conté que fui nombrada heredera?

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora