Capítulo 19: Epílogo Parte A

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Sentada en el sofá, con las plantas de sus pies juntas, aleteando las piernas y en las manos sosteniendo el control remoto de un televisor, a través de la pantalla de éste, un brindis se transmitía.

El padrino de lo que era una boda muy veraniega, estando de pie muy cerca a una de las elegantes mesas que iban acorde a la decoración de todo el lugar que era nada menos el parque de ese pueblo, vistiendo un apropiado traje en color beige, en una mano sostenía una copa de champagne y en la otra un micrófono que chilló agudamente debido al alto volumen.

Los encargados del sonido hicieron un rápido trabajo indicándole al orador que podía dar su discurso.

Primero, un carraspear de garganta se escuchó; luego, una voz que escasamente los que estaban a su lado pudieron oír, oyéndose de los presentes lejanos, en general todos amistades del novio, una queja al decir que nada oían hasta donde estaban.

El micrófono ya no era el problema, sino el nudo que se sentía en su manzanita de Adán y que le impedía pronunciar palabras.

La mano que se llevara a una mejilla para limpiarse de ahí una lágrima que corría, hizo que la bellísima novia sonriera y recargara su rostro en el pecho del que apenas, en el quiosco lugar donde se llevó a cabo la ceremonia civil, se había convertido en su marido y que también conmovido veía a su joven padrino que solamente les pudo decir:

— ¡Los voy a extrañar mucho! — porque se soltó en llantos, coreando la bien vestida concurrencia con un — ¡salud! — risas y aplausos, yendo el orador adonde estaba la pareja para abrazarlos a ambos y recibir de ella, un inocente beso en los labios.

Pero pidiéndoseles a los novios precisamente eso... un beso.

Gallardo y más hermoso que nunca, Terruce que no podía ocultar la dicha que lo embargaba, debido a que la tenía de frente, del fino talle la tomó para levantarla más arriba de su cabeza, sujetándole ella la cara y dando ese beso que se les solicitara.

De esa romántica escena, la personita que la miraba, se llevó sus manos a la cara para taparse los ojos, pero sonriendo de ver traviesa, entre las aberturas de sus dedos, a la pareja tan cariñosa desde ese entonces, perdiéndose así la cuenta de todas las veces que ya veía ese video del enlace matrimonial de sus padres los cuales...

En lo que esa personita seguía viendo cómo los novios eran felicitados por algunos y luego eran despedidos partiendo los recién casados en una patrulla policiaca manejada por Mark a lo que sería el inicio de una larga luna de miel en una paradisiaca playa, una muy hogareña Cande, sosteniendo a una preciosa criatura de meses, caminaba por la sala en dirección de una ventana, mientras que un campirano Terruce, en la cocina preparaba un biberón.

Y justamente a él se llamó cuando la rubia divisó la llegada de un auto que se estacionaría sobre la avenida asfáltica al final del corredor que los conducía a su casa de dos niveles y hermosamente enjardinada en Delaware.

Habiendo ido a su esposa, el hombre le entregó la mamila, siendo seguido por la pequeña que él a ningún lado iba sin ella, y que le preguntaba cuando iban en dirección de las visitas:

— ¿Quiénes son, papi-Te?

Con una sola mano y de lo que era algo idéntico a él, Terry la levantó del suelo para subirla y apoyarla en su cadera izquierda conforme ella, a horcajadas, no perdía de vista a los que de un vehículo se bajaban.

Por sus ropas parecían gentes adineradas y buenas. Entonces, ¿por qué su papá llevaba un gesto muy serio y fruncido; y al estar frente a ellos, además de mirarlos con hostilidad, molesto les preguntaba qué hacían ahí y cómo hubieron dado con su paradero?

La respuesta alegre de una guapa mujer era:

— ¿Es acaso mi nieta?

... mientras que el trajeado hombre, ciertamente despectivo, miraba el lugar que de feo nada tenía, sino que el campo era grande, productivo, muy tranquilo, pero lo principal se aspiraba en el aire: el amor con que se cuidaba todo aquello y también había; porque la niña sonreía muy feliz sin saber que aquellos dos seres eran parte de su familia, y que la fémina le acariciaba su carita diciendo:

— Es idéntica a ti cuando tenías su edad.

— Tengo cuatro — la chiquilla informó habiendo hecho también el número con los dedos de su mano izquierda.

— ¿Ese es el tiempo que llevas casado? — preguntó una voz ronca.

— Seis exactamente — ese día justo lo celebraban.

— ¿Y por qué no nos avisaste, hijo?

— Estaban en Filipinas, ¿no?

— Pero tratándose de ti, hubiéramos hecho todo lo posible por venir y estar presentes en tu boda.

— Madre, ese día ha sido uno de los más felices de mi vida, y su presencia, sinceramente, lo hubiese opacado. Van a responder ¿cómo dieron conmigo?

— ¿No vas a invitarnos a entrar para conocer tu hogar, a tu esposa?

— Y a Sonny — enteró la pequeña entrometida, re-cuestionando una abuela sorprendida:

— ¡¿Tienes otro hijo?!

— Sí; y no tiene mucho que nació.

— Shayna, ¿qué te ha dicho mamá?

— Que no me meta en conversaciones de adultos.

Y por su apenada facción, a la mujer mayor se lo hizo fácil decir:

— No la regañes, Terry.

Pero éste sería duro al contestar:

— Es mi hija, madre. Y además de amarla, mi obligación es corregirla y no consentirla para no hacer con ella lo que tú erróneamente hiciste conmigo.

Debido a su antaño reproche se le observaba:

— Por un momento pensamos que ya todo había quedado olvidado.

— ¿Crees que es fácil hacerlo? — ¿y más cuando te lastiman siendo un niño?

— Ya tienes una familia, ¿o no?

— ¡Pero no la tengo para satisfacerte a ti!

Las miradas de los dos hombres se encontraron, siendo la más cansada e intimidada la que se desviara para solicitar:

— ¿Podrías... darme un vaso con agua? Es demasiado caliente por aquí.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora