Capítulo 17: Parte E

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A las once dieciocho de la mañana, frente al edificio Cliffside, se detuvo un taxi.

De éste descendió la rubia seguidamente de haber pagado.

Buscando algo en su bolso, la fémina caminó hacia la puerta que era abierta por una pareja de inquilinos. Estos salieron primero dejándosele el paso y el encargo de cerrar.

En eso, por la puerta que apenas se estaba, alguien más la abrió; arrebatando de una mano el picaporte mas no haciéndose caso a la brusquedad porque se volvería a arremeter con hostilidad al que ingresara y frente a ella se hubo parado.

— ¡¿Tú todavía sigues aquí?!

— No puedo irme sin que me hayas firmado los documentos. Es importante tanto para ti como para mí.

La boca de Cande ya no pronunció palabra ante la obvia terquedad del joven rubio; por lo tanto, solamente estiró su mano para recibir el sobre.

Debido a que vacilaron con ella, espetaba furiosa:

— ¡Déjate ya de infantiles juegos, muchachito, que no tengo tu edad ni tu tiempo para jugarlos!

— ¿Sabes que entre más te enojes, más me gustas? — hubo dicho cínicamente el visitante.

— ¡¿Y sabes tú, que entre más insistes, más me irritas?!

De un zarpazo, ella le arrebató el sobre; y sacando todo su contenido, preguntaba:

— ¿Dónde debo firmar?

— De hecho, en todos los documentos.

— Son bastantes — Cande los miró y dijo: — Y como ya los tengo conmigo, cuando termine de leerlos y firmarlos te los haré llegar.

— Lo siento, linda. Yo los traje, yo los llevo.

— En ese caso, mi abogado se hará cargo. ¿Dónde te hospedas?

— No he hecho ninguna reservación. Tenía pensado que me dieras asilo.

De tal desfachatez, Cande soltó una descarada carcajada diciendo:

— ¡Vaya con el precoz chico!

— Bueno, si me metieras en tu cama te demostraría que no lo soy.

A su irreverencia, una fuerte bofetada la mujer le propinó así como la invitación a:

— ¡Lárgate de una vez y no te atrevas a volver porque lo vas a lamentar!

— No sin antes de cobrarme las ofensas.

Sin darle tiempo a reaccionar, sujetándola firmemente por los brazos, la boca de Anthony Andrew sobre la de Cande se posó agresivamente.

Por más que ella peleara por zafarse, fracasó; hasta que se sintió liberada, pero a la vez arañada por unos dientes de la brusquedad con la alejó el rubio.

En sí, lo alejaron. Y hubo sido Neil quien en ese preciso momento llegó, hirviéndole rápidamente la sangre al ver el abuso "sexual" con que tenían a su amiga la cual no se perdió uno solo de los catorrazos que al rubio le llovieron hasta dejarlo noqueado en el suelo.

Tocándose lo que sentía un labio lastimado, Cande, sumamente nerviosa, le preguntaba a Neil que todavía y de propina otorgaba una patada en un estómago:

— ¡Me duele! — ella mostró inquiriendo: — ¿qué me hizo?

— El muy perro te mordió — se le contestó.

Con el dato, la rubia furiosa se acercó para darle al caído un puntapié y una linda dedicación:

— ¡Maldito mocoso estúpido! — porque qué cuentas le iba rendir al que arriba esperaba por ella.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora