Capítulo 7: Parte D

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El estar entre calles conocidas, le daban esa sensación de que habían sido ¡años! los que estuvo lejos de ahí y no las pocas horas que verdaderamente fueron.

Y precisamente de ello, la sonriente pareja, yendo a la par y con paso lento, conforme transitaban ya por la mitad de la última cuadra que les restaba para alcanzar sus respectivos domicilios, lo iban comentando.

En eso, Terruce, con la mirada al frente, se paró de tajo.

Cande detuvo sus pasos para mirarle y preguntarle:

— ¿Pasa algo?

Por segundos, él no pudo contestar porque sus ojos estaban puestos en el hombre que con dificultad, enfocaba hacia ellos y que yacía recargado en un lujoso auto estacionado justo en frente del edificio donde vivía ella que de nuevo preguntaba:

— ¿Qué sucede?

Tomarla de la mano, retroceder unos metros y meterla en el oscuro callejón que apenas habían pasado, fue una idea que el radiotécnico no pudo ejecutar porque en eso su nombre se escuchó.

Cande volteó y divisó a aquél que ya venía a su encuentro. Luego, se volvió a su acompañante el cual ni siquiera parpadeaba, pero que reaccionaría al contacto de ella que insistía:

— ¿Quién es? ¿lo conoces?

El que se aproximaba velozmente la enteraba al expresar:

— ¡Por Dios! Por momentos te desconocí, pero algo en mi interior me indicó que sí y mira, no me equivoqué. ¡Eres tú!

Terruce, después de aclararse la garganta, saludaba:

— Que tal, Charlie.

Éste de la emoción que sentía por verlo de nuevo, además de abrazarlo, decía:

— ¡Qué gusto volver a verte! ¿Vives por aquí?

— No — rápidamente se respondió y también se apartó para preguntar: — ¿Tú qué haces aquí?

Charlie evasivamente contestaba:

— ¿No me presentas a tu amiga?

Con ella, se disculparían:

— Perdón, Cande —, y diría: – Él es...

— Un viejo amigo de Terry —, se extendió una mano hacia ella, — Charlie Sanders.

— Encantada. Bueno...

A la mujer, que le hubo bastado un segundo para comprenderlo todo, miró pícara y burlonamente al técnico; y estaba por despedirse cuando alguien a sus espaldas llamaba a...

— ¡Charles!

Dos humanidades se giraron; y Cande lo reconocería:

— ¡¿Archivald?!

— Cande — musitaron su nombre; pero la vista de aquel se posó en un hombre, no dándose cuenta de la rapidez con que la fémina fue hasta él para preguntarle severamente molesta:

— ¡¿Qué demonios haces aquí?!

Por su tempestiva reacción, Terruce intentó ir detrás de ella; sin embargo, Charlie lo hubo detenido para pedirle:

— Por favor, déjalos solos.

Soltándose del amarre con que le tenía, se decía baja y molestamente:

— ¡¿Por qué piensas que lo voy a hacer?!

— Porque él necesita hablar con ella.

— ¡¿De qué?!

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora