Capítulo 7: Parte C

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A su compañía y acercamiento se estaba acostumbrando; pero la manera en cómo lo miraba en ese instante plus su sonrisa y movimiento insinuador, lo traicionaron.

Terruce comenzó a ponerse nervioso y el corazón a latirle muy rápido, ¡tanto! que creyó que Cande lo estaba escuchando y que aún así, piedad no iba a tener para con él porque la mano de ella se dirigió a su pecho.

De la aletilla de su camisa polo, ella agarró las gafas de sol que ahí se hubieron colocado y se las puso, pudiendo ver el hombre tras la oscuridad de los lentes: unos hermosos y pícaros ojos que se conjugaron con las palabras que salieron de una invitadora boca:

— Pero, oye...

La pregunta que él esperaba jamás llegaría porque se la cambiaron por la siguiente:

— Aquel hombre ¿era guapo?

Cande parecía gozar de la tortura que lo estaba siendo víctima.

En cambio, Terruce habiendo posado sus ojos en los labios de ella, titubeante decía:

— N-no... pero... — optó por mirar a otro lado, — después supe que al poco tiempo de haber salido yo de su vida, comenzó a hacer muchísimo dinero y con ello...

— ¡¿... se operó?!

Cande, sorprendida, dio un paso hacia atrás ante la posibilidad.

De su cara e intervención, el guapo técnico sonrió diciendo:

— Lo dudo, ya que hace poco tiempo que fui por una mercancía a Connecticut lo vi y...

— ¿Qué sentiste?

— ¡¿Yo?! —, Terruce se turbó totalmente con la pregunta. — ¿Qué tenía que haber sentido? ¿Celos porque iba muy bien acompañado?

El gesto que él le dedicó la hizo pedir afirmación:

— ¡¿De verdad los sentiste?!

— Por supuesto que no, aunque...

Para serle sincero sí los estaba sintiendo por Archivald, pero debido al tiempo que éste disfrutara de ella que instaba:

— ¿Qué?

— No te parece que por hoy... ¿han sido demasiadas preguntas?

— Sí, tienes razón; pero sólo contesta una más.

— Ninguna. Tú misma lo dijiste.

— ¡Pero no es justo que me dejes con la curiosidad!

— Tú tampoco me diste tiempo para preguntarte más.

Chiquillamente, la rubia torció la boca; y mirándolo con coqueta astucia diría:

— Que me estás obligando a aceptarte una nueva invitación a salir, ¿eh?

Escucharlo de ella, consiguió que él sonriera y afirmara:

— ¿Lo harías?

— Oh sí; porque a mí no me vas a dejar con la intriga de saber más.

— Entonces, tú pon el día y la hora. Para ti, yo soy materia dispuesta.

— ¿Mañana en mi casa? Y yo te invito a cenar.

— Con la condición de llevar yo el postre.

— ¡De acuerdo!

Quitadas las gafas, ella las devolvió al lugar de donde las hubo tomado: la aletilla, para decir:

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora