Capítulo 3: Parte F

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Peinado, perfumado y listo para irse a casa, Bob salía del baño encontrándose con Terruce.

Éste, severamente enfurecido, aventaba, contra un mueble, su caja de herramienta.

Y es que en el momento siguiente de haber escuchado el nombre de Archivald Cornwall, el radio-técnico ya no pudo estar tranquilo consigo mismo.

Aunque la cena y compañía de Cande habían sido muy buenas, el trabajador hubo mostrado seriedad, silencio y prisa por irse de ahí para llegar al local de antigüedades donde le preguntaron:

— ¿Por qué estás tan enfurecido?

Quitándose la gorra para jalarse los cabellos, Terruce decía:

— Cande estuvo casada.

— ¿Y te molesta que lo haya estado?

— ¡No! —. Buscaron asiento en una caja de tantas. — No es eso, sino.. con quién lo estuvo.

— Y por como te veo, resulta que lo conoces, ¿cierto?

Mirándose directamente a los ojos, a Bob se le diría:

— Tú también

— ¿Ah, si? —. El patrón mostrando interés preguntaba: — ¿Y de quién se trata?

— Archivald Cornwall.

— El novio de...

— Marido — se le hubo interrumpido para corregir. — Después de un año de relación, tendrá poco que se casaron.

— ¿Y se lo dijiste?

Poniéndose velozmente de pie, Terruce expresaba:

— ¡¿Estás loco?!

Porque se sabía cuerdo, se respondía:

— No, pero...

— ¿Por qué, Bob?

— Por qué, ¿qué?

La desesperanza se apoderó de Terruce; y conforme éste iba a pararse frente al cristal para mirar hacia el edificio donde vivía Cande, cuestionaba:

— ¿Por qué habiendo tanta gente en este mundo, ahora que finalmente estoy interesado en alguien, sucede esto?

— Tienes razón. Es coincidentemente irónico pero... —, Bob fue a su lado para animarlo. — ¡Vamos, Terruce! Esto nada tiene que ver contigo y no tiene por qué afectar tus planes.

— ¿Tan seguro estás? —, a su compañero miró de reojo diciendo pesimistamente: — porque yo no. Y para serte honesto, no creo tener cara para volver a presentarme con ella sabiendo que... la persona que dijo haber estado enamorada de mí, lo está ahora y cohabita con el que fuera precisamente marido de Cande.

Palmeando una ancha espalda, se observaba:

— Lo que pasa es que eres demasiado prejuicioso y estricto contigo mismo.

— Tal vez pero...

— Anda , — no le permitieron proseguir para aconsejarle: — Cámbiate mejor. Cerremos y vayamos a dar una vuelta. Te ayudará a serenarte y a ver las cosas de otro modo.

¡Mi gratitud a las 15 lectoras que se hicieron presentes en el capítulo anterior!

¡Nos vemos en el siguiente!


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