Capítulo 11: Parte B

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El último beso que Terruce le diera, además de haberla dejado con ganas de más, consiguió que Cande se olvidara de lo que iba a comprar.

Por lo tanto, del más cercano stand agarró una revista de cocina, la hojeó rápidamente y así de rápido, supo lo que cocinaría: jitomates rellenos de ensalada de arroz; y de postre... la rubia rió de la imagen que se formara. Pero no, eligió otro mango para saborear... también.

La gente a su alrededor la vio sonriendo sola. Y los ojos que topaban con los suyos les sonreía. Empero, ya estaba haciendo fila para pagar cuando detrás de ella, alguien se formó, golpeándola con el cart y volteándose a ver quién lo hubo hecho.

De dejar en el contenedor trasero, la bolsa negra llena de pelos cortados y otros materiales, Susana precisamente al súper iba a dirigirse para comprar unos artículos que necesitaba su negocio. No obstante, su propósito cambió para dedicarse a espiar los movimientos de la pareja que por esa puerta vecina salía.

Ellos, por ir tan sumidos en sus pensamientos, no se dieron cuenta que eran cercanamente perseguidos; y que su meliflua acción tornaría un blanco rostro en rojo, muy idéntico al color que usaba ese día en su corte de cabello asimétrico.

A partir de ese momento, Susana se declaró enemiga de esa rubia a la que se calificó como desabrida al preguntarse qué demonios le había visto Terruce.

Fingiendo su sonrisa y su descuido, la estilista extendía con voz chillona:

— Lo siento.

Amigable con toda la gente no era, entonces Cande, que no la reconoció, la miró forzosamente sonriente y le decía:

— Está bien... pero ten más cuidado.

La rubia amiga se giró no viendo el horrible remedo facial que le dedicaron; pero como sí lo percibió dirigió su cabeza hacia la puerta para mirar por la esquina de su ojo a la mujer que detrás suyo la seguía observando y sonriéndole con hipocresía.

En eso, otra caja de pago se abrió; y como el turno era para Cande, Susana corrió no importándole que la cajera le dijera:

— Le toca a la señorita

La que fue apuntada autorizaba:

— Está bien. Puede atenderla.

Falsamente agradecida su amable atención, la estilista, con malos modos, fue sacando sus cosas para ser, una a una, escaneadas y luego pagadas.

Hecho esto y llevándose el cart del establecimiento, Susana salió de ahí. No obstante...

En cuatro bolsas pusieron todo lo consumido.

Ya de camino a casa, en cada mano, Cande llevaba dos yendo en su hombro su bolso personal.

De repente, éste resbaló por su brazo, no tomándose la molestia de devolverlo a su lugar. Y porque no lo hizo, un objeto metálico lo golpeó.

Sin decir nada ésta vez de su atropellamiento, Susana intentó seguir su camino; pero porque una delgada varilla de aquel carrito de súper mercado se hubo atorado en el bolso rasgando su piel, la rubia diría, además de "shit":

— ¡Qué estúpida!

Aludida, la estilista se detuvo para girarse y preguntar:

— ¿Es a mí?

Aunque 'no' por no haber levantado su valioso objeto personal, Cande la miró diciéndole:

— Eres la única que ha pasado por aquí.

Excuse me?! ¿Qué la banqueta no es para eso?

— Pero pudiste haber pedido permiso para que se te diera ampliamente el paso.

— Pues perdón. La próxima vez... ¡a ver si lo hago!

Por la actitud hostil de Susana, Cande preguntaba:

— ¿Tienes algún problema conmigo? Porque allá en el súper también me golpeaste. Y esto ya no es casualidad.

¡Sí, tienes razón. Y tengo ganas de desgreñarte por estarte metiendo con el hombre que ni siquiera deberías mirar!

A la estilista le hubiese gustado gritarlo a modo que todo el pueblo se enterara. En cambio, por la manera en que la rubia la confrontaba, la de cabellera roja diría:

— Aquello fue un accidente.

— Entonces —, se enarcó una ceja, — ¿éste no?

— Sinceramente no te vi.

— Sí — Candy fue sarcástica, — eso me pareció. Entonces, vuelvo a recomendarte que tengas más cuidado.

— ¿Y si no?

— Podrías meterte en serios problemas debido a tus descuidos... señorita. Con permiso.

Una última mirada que llevaba el mensaje de "no te recomiendo meterte conmigo", Cande le dedicó sin saber quién era su contrincante, sino hasta mucho más tarde.

Por su parte, burlona pero sintiendo cierto nerviosismo interior al no haberse amedrentado la víctima, la estilista emprendió su camino, llevando la rubia el de la recta banqueta, mientras que Susana cruzaría la calle para usar la contraria y andar las dos paralelamente. Más, al pararse en una puerta, con cierto propósito, se gritaría:

— ¡Hola, Bob, ¿está Terry?!

Ese diminutivo consiguió que Cande girara su cabeza hacia allá no oyendo por supuesto esta respuesta:

Lo está, pero está muy ocupado y no puede atenderte ahora.

Aunque se lo negaron, la "colorina" se quedó ahí parada; en tanto, la rubia sin despeinarse siguió caminando y no se pararía hasta que llegara al ascensor que la llevaba a su departamento y donde aguardaría por él, que...

A tanta necedad de su parte, el técnico tuvo que salir para atenderle.

Pero como Cande ya había desaparecido, Susana, que lo que menos quería era hostigarlo con la hora de su salida y echarlo así todo a perder, le preguntaba:

— ¿Quieres que te traiga algo de comer?

— Muy amable de tu parte, pero no, gracias.

— Bueno; nos vemos... ¿después?

Terruce aprovecharía su indirecta cuestión para decirle:

— Susana

Ésta, sin embargo, que una negativa no estaba dispuesta a escuchar de él, rápidamente diría:

— ¡No, no, por favor, no quiero presionarte!

Un transporte que no consistía en una escoba se empujaría diciéndose:

— ¡Seré paciente como me lo pediste! ¡Te veo luego! ¡Adiós!

Y efectivamente la mujer se fue volando, volviéndose Terruce al interior de su trabajo, pero recibiendo miradas recriminadoras por parte de Jimmy que le advertía:

— Sales con ella, y yo convenzo a Cande de que no se case contigo.

De la severa amenaza de su joven amigo, los ojos sorprendidos del técnico se posaron en Bob.

Éste, sentado detrás de su escritorio, se alzó de hombros como si con ello se liberara de la culpa por haber aconsejado al amigo enamorado que en serio embrollo se había metido, si no con Cande, tal parecía que sí con el chico ayudante que en todo lo que restó del día... no le habló.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora