Capítulo 6: Parte E

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Después de haber pasado las horas —ella: atendiendo amorosamente a un chico de siete años con parálisis cerebral, y él también trabajando pero pensando y contando los minutos—, la cita llegó.

Animándose a sí mismo, Terruce apareció por la puerta de donde él vivía.

Al estar asegurándola, miró su reloj de pulsera. Éste marcaba las nueve cincuenta y tres de la mañana.

Calculando que ni sesenta segundos le tomaría en llegar al edificio vecino, el hombre emprendió sus pasos hacia allá, pasos lentos para así poder controlar los nervios que sentía.

Y mientras él preguntaba por ella, Cande vistiendo una falda-short, top de algodón con mangas cortas, hombros al descubierto y unos cómodos zapatos de piso, yacía parada en la terraza de su apartamento teniendo perdida su mirada en el paisaje metropolitano.

En eso, el timbre que se escuchara, la hizo volver de su letargo.

Adivinando que pudiera ser él, la mujer se giró para tomar del diván cercano su bolso y un coqueto sombrero para protegerse del señor Sol que ese domingo había aparecido en todo su esplendor.

Sintiéndose tranquila y segura de sí misma, Cande fue en busca, una a una, de las salidas.

Estando en el interior del elevador y más próxima a su cita, un nerviosismo también se apoderó de ella y de sus manos que comenzaron a sudar.

Con el descenso, los latidos de su corazón ya los sentía mayormente acelerados y éstos se desbocaron cuando a metros de la entrada, lo divisó.

Sin gorra, con el cabello en un corte muy varonil y sentado en la silla de un pequeño recibidor, él estaba con la cabeza agachada mirando la alfombra o la punta de sus zapatos y jugando en sus manos unas gafas oscuras.

Con los codos sobre sus rodillas, hacía un poco de fuerza y los bíceps le sobresaltaban cortándole el puño de la manga de su camisa polo con cuello arriba.

De ese simple perfil, Cande sintió cómo se le revolotearon las mariposillas. Pero tuvo que dominarlas cuando él, al oír el "buenos días" que se le dedicó al portero que limpiaba el pasillo, se puso de pie para recibirla de frente y con una sonrisa que la hizo derretir y decir para sí...

¿Por qué mejor no vamos arriba y nos olvidamos de salir; y en lugar de postre, te disfruto a ti?

Interior y hasta exteriormente ruborizada de lo descarado y urgente de su pensamiento, Cande no pudo ocultar su risita nerviosa teniendo que expresar sin mirarle a la cara.

— Lo siento.

— No tienes por qué. Creo que has llegado a tiempo — dijo Terruce creyendo que de eso se disculpaba.

— ¿Sí, verdad? — la rubia sonrió habiendo hecho esfuerzos para sonar muy segura.

Él que también la había admirado en su trayecto, pasó saliva para decir:

— Te ves muy bien.

— Sí, tú también.

Al final de cuentas, Cande no pudo evitar elogiarlo.

— Gracias. Bueno...

Terruce metió una mano en el bolsillo de su oscuro pantalón y la miró diciéndole:

— Ahora te pregunto ¿qué transporte tomaremos?

— El que gustes.

— Podemos caminar un poco para usar el autobús o... ¿prefieres ir más cómoda?

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora