Capítulo 7: Parte E

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Por no haber tenido la más mínima intención de moverse de ahí, Terruce tuvo, en el momento que se quedaron solos, responder a:

— Es muy guapa.

— En verdad lo es.

— ¿Cuánto tiempo tienen saliendo juntos?

— Charles... —, se le miró. — ¿Qué verdaderamente vinieron a buscar?

— Yo sin proponérmelo ¡mira! te encontré a ti. ¿No es maravilloso este reencuentro?

— ¡Déjate de flirteos que bien sabes que conmigo no funcionan!

— Sí, y es una lástima. ¡Tantos planes que había hecho contigo!

— Pero ya tienes con quien llevarlos a cabo. Así que... ¿por qué lloras ahora?

— Por lo que realmente me hubiera gustado tener. ¡Tan felices que hubiéramos sido tú y yo!

Sin sentirse amedrentado por la furia de unos ojos que le miraban, la mano de Sanders se levantó con toda la determinación de acariciar el guapo rostro que se tenía enfrente.

No obstante, el ruido de una puerta que se abría consiguió que se la llevara a la cabeza disimulando el estarse peinando los cabellos.

El que salía, al notar todavía su presencia, miró retadoramente a Terruce.

Éste, sin bajar la mirada que se mantenía molesta, vería a Charlie yendo a Archivald para preguntarle:

— ¿Qué ha pasado? ¿Está todo bien?

— Bien, sí — contestó el cuestionado. — Ahora podemos marcharnos.

Cornwall caminó en dirección a un carro.

Estando allá y sosteniendo la manija de la portezuela se giró para recomendarle al técnico:

— Haz lo que yo ya no podré hacer: cuidarla y hacerla feliz.

Posteriormente, el visitante se dispuso a ingresar a su transporte quedándose Sanders para despedirse.

— Toma mi tarjeta —, la hubo sacado de su chaqueta. — Cualquier cosa, no dudes en llamarme.

Sintiendo desconfianza debido a la actitud de un hombre, Terruce miró lo que se le ofrecía; y por educación la agarró. Empero, en el instante que desaparecieron totalmente de su vista, sin haberla leído, la rompió y en el bote de basura sus pedazos echó cuando hubo entrado al edificio y preguntado por Cande.

Haciéndosele conocido su rostro, el portero se comunicó con ella. Sin embargo, presa del horroroso pánico, la mujer ordenaba:

— ¡No quiero atender a nadie en este momento sólo a Neil Legan que en cualquier minuto llegara!

... y a quien en un mar de llanto se le hubo llamado en el instante de haber arribado a su departamento.

Por supuesto, el encargado de la recepción no fue tan duro ésta vez; y amable diría al vecino visitante:

— Lo siento. La señorita no puede recibirle hoy.

Terruce haría el intento de sacar algo del empleado:

— Acaba de entrar con un hombre, ¿notó que hayan discutido?

Sí, y también la manera en cómo la inquilina hubo corrido hacia el elevador, pero él no lo diría, sino:

— No sé ni vi nada.

— Entiendo. Muchas gracias.

— Buenas noches.

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