Capítulo 18: Parte E

138 42 15
                                    

Pese a sentirse sumamente agotada, la rubia se despertó.

El hombre, que junto a ella yacía, seguía durmiendo plenamente, momento que se aprovecharía para levantarse, asearse, vestirse y preparar la cena que consistiría en una lasaña muy ligera.

Minutos después, un ruido provino de afuera.

Terruce abrió los ojos buscando inmediatamente a su compañera la cual donde yacía despotricaba al haber tirado un escandaloso trasto.

Atinando que él hubiera despertado, Cande por la habitación apareció para extender:

— Lo siento.

— ¿Estás bien?

— Sí. Sólo algo se me resbaló de las manos. ¿Quieres levantarte para cambiarte de ropa?

— Si me ayudas, por favor.

— Claro — dijo ella. — ¿Qué prendas deseas vestir?

— Esas yo las busco. No quiero ser el responsable de ¿que se queme la cena?

— ¡La cena! Tienes razón. Iré a verla.

Atendida y verificado que lo a degustar necesitaba más cocción, Cande regresó a la habitación para ayudarle a Terruce a lucir cómodo.

Posteriormente, el hombre fue llevado a la sala en lo que ella continuaba su tarea.

— ¿Quieres que te ayude? — él preguntó al verla poner la mesa.

— No, no es necesario.

— Entonces, ¿no te molesta si voy al balcón?

— Claro que no. Es más... yo te llevo.

Empujando nuevamente la silla de ruedas, ella los condujo hasta allá donde él pidió ser levantado.

Cande otra vez lo ayudó, oyendo a Terruce, luego de que él posara sus ojos en el horizonte:

— ¿Cuándo te gustaría que nos casáramos?

Abrazándose de su cintura y apoyando una mejilla en su pecho, ella diría:

— Cuando tú quieras.

Segundo siguiente de depositar un beso en la coronilla de la cabeza de ella, se proponía:

— ¿Un mes está bien?

— Bajo un día soleado como el de hoy, sí, me gusta la idea.

— Bien; entonces, desde hoy haz y gasta cuánto quieras.

— No empieces a consentirme que me vas a mal acostumbrar. Además... — sin dejar su embrace, Cande buscó sus ojos para preguntarle: — ¿dónde vamos a vivir?

Acariciándole su mejilla, Terry re preguntaba:

— ¿Dónde te gustaría?

— ¿Te sorprenderías si te digo que en ese lugar en Delaware al que me llevaste?

— ¿En serio? — Terruce sonrió.

— Sí. Ya me cansé de las ciudades y quisiera irme al campo. También quiero que nuestros hijos vivan allá.

— ¿Quieres tenerlos conmigo?

— ¿Tú no?

La rubia lo miró ciertamente extrañada, diciéndole él:

— Cande, ¡te amo tanto! — la abrazó fuertemente — que si por mí fuera te evitaría el más mínimo de los dolores. Pero si tú quieres...

— Sí, Terry, quiero. Quiero tener algo tuyo. Algo nuestro; algo que refleje el amor que me tienes y el que yo... ya comencé a sentir por ti.

Desde una carretera que se miraba a cierta distancia y desde el interior de un auto en movimiento, un par de ojitos traviesos, a través de la lente de una cámara de video, al ir viajando y atrapando recuerdos, captaba la imagen de una pareja envuelta en sus brazos y en un beso.

Beso que con el paso del tiempo, él, el chiquillo, al removerse en su asiento para reproducir lo grabado, dejándose atrás esa escena, ese edificio y la ciudad de Nueva Jersey, tomaría como ejemplo al percibirlo de lo más tierno, amoroso y prometedor, sabiéndose también ocultar la pasión que sólo podía desbordarse en dos en el momento de quedarse a solas.

Así era el ¡F i N! Le sigue el Epílogo; y después la sorpresa. ¡Espérenla!

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora