Capítulo 15: Parte H

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Durante las horas que transcurrieron, en la historia de ese establecimiento de antigüedades nunca antes hubo sido tan concurrido como ese día.

Con pequeños detalles de fruta, comida, postres y flores, los visitantes llegaron para saber y ver al técnico que por muchos era apreciado; y que por lo sucedido, a Susana le deseaban su merecido que sería una severa multa con varios servicios comunitarios y a su hermano, la prisión correctiva.

Sintiéndose agotado y reflejado en su rostro, Bob, alrededor de las seis de la tarde, cerró el local quedándose en el interior: él, Jimmy y su madre que también se había mostrado preocupada por el buen amigo de su hijo, el cual sugería:

— ¿Quieres que me quede contigo? Sólo dame el tiempo de acompañar a mi madre a la lavandería y luego a casa y regreso.

— Gracias, Jimmy, pero no será necesario.

— ¿Y si al estar solo necesita algo? Nuestra casa no es muy grande, pero se la ofrezco mientras se cura.

— Muchísimas gracias, señora Marie, pero...

— Está esperando a su novia, mamá.

— Oh entiendo. Bueno, entonces nos retiramos también.

— Gracias por su visita.

— No hay de qué. Sólo recupérese pronto.

— Por supuesto.

La sencilla dama emprendió el camino hacia la trasera puerta de salida.

Jimmy, antes de alcanzar a su progenitora, cuestionaba a su amigo:

— ¿Te veré mañana?

— No tengo pensado salir a ningún a lado.

— Y aunque quisieras no podrías.

Terruce rió de la broma no captada de su amiguito el cual le dio su mano; y en lo que las estrechaban también un abrazo le ofreció como el:

— Cuídate.

— Tú también.

— ¿Quieres más agua para tomar tus medicamentos? — se le extendió un último ofrecimiento al estar cerca de la puerta.

— No, Jimmy, estoy bien —; además, bastante tenía en un mueble cercano.

— Bueno, hasta mañana, Bob.

Éste que yacía recargado en la pared y sostenía un teléfono, diría:

— Hasta mañana, hijo.

Desaparecido el chico, se quiso saber:

— ¿En serio no necesitas nada?

— No.

Terruce se frotó la cara debido al aburrimiento que sentía de estar sentado en la improvisada cama.

— ¿Quieres acostarte?

— Todavía no. Gracias.

— Bueno, yo también me retiro —, Bob se acercó.

— Sí. Está bien.

— ¿Llamas por cualquier cosa?

Bob extendió el aparato telefónico. Terry, recibiéndolo, acordaba:

— Sí, claro.

— Buenas noches.

— Buenas noches, Bob.

Al verlo salir, el dueño dejó abierta esa puerta; y es que si Cande llegaba le sería fácil dar con él que sólo se quedaría en la compañía de los tic tac de los relojes de caja y de pared.

Como mucho no podía hacer, después de dejar el teléfono, Terruce por sí solo, se acostó, quedándose plenamente dormido al ser arrullado por el sonido constante del avance de las manecillas que marcarían cerca de las diez de la noche cuando un fuerte dolor lo despertara, enderezándose para quedar sentado y alcanzar con su mano la parte que aguda y punzantemente le lastimaba.

Ya el efecto de la anestesia había pasado por completo; lo mismo que los medicamentos. Así que, era hora de aplicarlos.

Sosteniéndose la pierna, en su lugar, el hombre se giró para intentar ponerse de pie ya que no estaba seguro por cuál empezar, y la receta junto a las medicinas habían quedado algo lejos de él.

Para pararse, Terruce hubo puesto su mano en el mueble.

De ello, él se apoyó para dar el primer brinco. Al sentirse seguro, dio el segundo pero con el tercero...

— ¿Se puede saber qué intentas hacer? — su voz se escuchó detrás.

Él sonrió antes de girarse a verla.

Ella, por su parte, ya iba al herido que diría:

— Iba en busca de medicina.

— Y un beso mío ¿no te curará igual?

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora