Capítulo 14: Parte B

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Cinco minutos faltaban para las nueve de la noche; y Cande, —habiendo ya recibido la llamada de Neil que le aguardaba en el bar de ese hotel—, tomó el teléfono; inhaló honda, y largamente exhaló para marcar un número del cual nuevamente no obtendría contestación.

Evitando pensar en nada, la rubia colgó. Dejó el aparato en su lugar y se encaminó a la salida para ir al encuentro de su amigo.

Éste, esa noche, parecía increíblemente triste. mas al verla, actuaría como siempre lo hacía frente a ella que más que bonita lucía en ese instante.

Quizá era gracias al amor que otra vez hubo tocado a su puerta; y que lamentablemente él no atendió, porque con un portazo, le hubiera dado en la cara, y es que ni Archivald ni Terruce podían amarla como él lo hacía y de eso estaba más que seguro.

No obstante, en el corazón de Cande sólo ella mandaba y Legan no podía forzar otro tipo de sentimiento para con él; así que, de bromas comenzaría a llenarla al preguntarle:

— ¿Siempre sí pudiste localizar a Robocop?

— ¡Neil, payaso! — ella sonrió del apodo para Terruce; y porque lo hizo:

— Así es como me gusta verte: siempre sonriente.

— Estoy preocupándome ¿sabes? —; el gesto femenino lo reflejó.

— ¿Por qué?

Él le cedió el paso al indicarle el camino hacia el restaurante. E yendo allá...

— Me dijo que sólo dos horas estaría ausente.

— ¿Adónde iba a ir?

— Saldría con... una chica.

— ¡Vaya con el modernismo! ¿Y tú se lo permitiste?

— Claro, porque... por celos la invitó. Además, quiero tenerle confianza, pero ahora...

— Ya te estás arrepintiendo.

— Lo que pasa es que en la mañana me dijo que esta mujer... quería pasar con él un día entero.

— ¡Y tú firmándole un cheque en blanco al darle permiso!

— Sí, pero...

— ¿Estás dudando?

— Él me aseguró que nada pasaría entre ellos.

— Entonces...

La pareja de amigos se detuvo frente al mostrador del host.

Neil tomándola de la mano le diría:

— Si es hombre de palabra la cumplirá. Ahora, deja de pensar en él y cenemos a gusto tú y yo, ¿sí?

La blanca palma que sostenía, él besó.

Cande aceptó sin saber que en Nueva Jersey...

Terruce hubo sido prontamente intervenido, y en una cama del hospital del condado yacía recuperándose de la anestesia.

Él contaba con la compañía del amigo policía el cual le preguntaría en el momento de verle abrir los ojos horas después...

— ¿Cómo te sientes?

— Bien.

Terruce, un tanto desubicado, se miró su brazo canalizado y la ropa que usaba.

— Los doctores han dicho que también lo estarás. Sam y Susana Marlo fueron detenidos.

— Mark...

— ¿No quieres proceder?

— Quisiera hablar antes con ella.

Ya que en la cárcel la mantendrían, se decía:

— De aquí no saldrás fácil en las próximas horas.

— Necesito ir a casa.

Terruce se enderezó habiendo hecho gestos de dolor en su intento por quedar sentado.

— ¿Por qué?

El silencio escasamente prolongado consiguió que se preguntara:

— ¿Se trata de la rubia vecina?

— Sí —, el técnico se sujetó la pierna lastimada; — y si no me encuentra va a pensar que...

— ¿Tienes modo de localizarla?

— No. Salió a Chicago. Ella lo haría.

— ¿Mucho te interesa?

— Bastante.

— ¿Quieres que vaya a tu casa?

— ¿Qué hora es?

— Casi las dos de la mañana.

— ¿Tanto tiempo he estado aquí?

El gesto del técnico hubo sido de sorpresa; aunque él la dio al decírsele:

— Hubo algunas complicaciones porque no declaraste que eres alérgico a ciertos medicamentos.

El paciente, volviendo su espalda a la cama, diría:

— Lo ignoraba.

— Está bien; pero ahora debes tener paciencia para sanar. Mira que has hecho batallar al cuerpo médico porque no sabían qué darte.

— Lo siento. También gracias por lo que haces por mí.

Terruce extendió su mano.

Aceptándola, Mark decía:

— Sí que te hace falta una mujer a tu lado.

— En eso estoy, pero...

Por el nuevo intento de levantarse, en el hombro del convaleciente se puso una mano que lo devolvió a la cama.

— Ya, tranquilo — se le recomendó. — Temprano hallarás cómo comunicarte con ella y explicarle lo que pasó. Seguro que entenderá.

— Sí; yo también así lo espero.

— Bueno, ahora te dejo. Voy a seguir trabajando. En un rato vuelvo para ver cómo sigues.

— Gracias, Mark.

— De nada, Terry.

Al girarse, el policía colocaría su gorra en la cabeza, mirándole el enfermo que interior y fervientemente pedía que Cande no pensara mal de él.

Y en efecto la rubia no lo hacía, pero su corazón no se sentía contento, y por lo mismo, la mantenía despierta aunque estuviera acostada en la cama. 

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora