Capítulo 2: Parte B

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Exactamente a las cinco y cuarenta y cinco de la mañana una alarma de reloj se activó.

Consiguientemente de varios timbrazos, un delgado brazo se extendió para hacerlo callar.

Sin pereza alguna, la ocupante de aquel lugar, se puso de pie para hacer su rutina de todos los días: correr a la cafetera; y mientras ésta hacía su labor, ella se dispone a asearse y alistarse para otra jornada laboral.

Esa mañana, había elegido vestir: una falda de lino verde, blusa en beige y zapatillas doradas. Su bolso combinaba con sus zapatos y la diadema que decoraba su mediana cabellera suelta.

Sin prisas, salió de su residencia.

A pesar de ver al inquilino vecino abordar el elevador, la mujer no urgió su paso, ni aún cuando el guapo hombre, al verla, había detenido el ascensor y ambos la aguardaban.

Con una media sonrisa, ella agradeció el gentil gesto; empero, sería lo único que aquel hombre adquiriera de ella que de nuevo, sería ayudada en las próximas salidas.

Bajo el umbral de la puerta principal, la espigada mujer se detuvo para quitar una insignificante pelusa que adornaba su falda.

Retirada la incomodidad, ella enderezó su rostro; y levemente giró su cabeza hacia el norte donde era la parada de autobuses.

Con paso seguro, la fémina cruzó la avenida.

Al llegar al primer negocio, al hombre que barría la acera le contestaba el saludo que él le dedicara.

Para mirarla pasar, el encargado de ese local detuvo su actividad.

Posteriormente, emprendía su caminar en dirección a su establecimiento donde en su interior...

Hermosa y antigua mueblería desordenada se miraba por todo el lugar.

Entre amontonadas cajas, la coronilla de una gorra en color rojo se movía.

Su dueño peleaba jalando un cordón atorado. De pronto, renunciaba a su lucha para mirar primero a un viejo reloj que todavía cantaba muy bien su hora y luego hacia el cristal que tenía en frente.

Con gusto, sus ojos se deleitaron de la figura femenina que apareciera en la puerta del edificio vecino.

Como vulgar morboso, la siguió conforme transitaba la avenida; sin embargo, su sonrisa no era libidinosa, sino que poseía cierta alegría, la misma que su interior sentía así como el celo que le pinchó en el corazón al ver que ella le sonreía al patrón.

Éste, sabiendo el interés de uno, se dirigió al establecimiento y la jerga que había descansado en su hombro lanzó en el momento de decir:

— Ya salió.

Por supuesto que el trabajador no contestó porque estaba demasiado ocupado diciendo mentalmente:

— Buen día, rubita del alma —. Le mandó un beso y sus buenos deseos: — Suerte en el trabajo; y no te preocupes, querida, que como siempre aquí estaré aguardando por tu regreso.

... que sería aproximadamente a las seis de la tarde, y es que ese día la mujer se entretendría quince minutos en la tienda de abarrotes.

Pero durante el día, cada uno de ellos se dedicaría a sus actividades cotidianas. Él, experto en electrónica, revisando no sólo aparatos, sino arreglando muebles viejos; mientras que ella llevaba dos meses auxiliando a un buffet de abogados.

Su amigo Neil Legan le había ofrecido un sencillo trabajo según él para:

Te distraerá.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora