Capítulo 13: Parte B

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Sin abrir el local de antigüedades, Terruce salió por la puerta trasera. Y por la manera de ir vestido tal parecía que ese día no iba a trabajar.

No, no lo haría; y la calle cruzaría para ir al edificio vecino y aguardar por ella que arriba, bonitamente vestida y otro bolso en el hombro, ya se le veía cerrando la puerta de su apartamento.

Consiguientemente de haber jalado su maleta, se encaminó por el pasillo. Llegó al y el ascensor. Lo abordó; y al bajar y salir de ahí, el conserje el cual barría: la saludó.

El encargo de cuidar su departamento en su ausencia le dejó ella al desearle él buen viaje, más no revelándole quién ya había preguntado por su salida. Misma que ella enseguida atravesaría.

El que estaba recargado en una pared dejó su pose en el momento de ver una puerta abrirse para acercarse y ayudarle, diciéndole ella al reconocerlo:

— Buenos días, fortachón.

Terruce, quitándole la maleta, le correspondería a su saludo. Además, cortaría la distancia que los separaba para darle un beso en los labios y decirle:

— Te extrañé.

Envuelta en una nube de algodón y abrazándole, Cande sobre su boca era sincera:

— Yo también.

O todavía no sabía lo que eso significaba para él, precisamente el hombre se separó para pedirle verificación:

— ¿En serio?

— Sí, traté de no pensar en ti; pero en la noche fracasé.

Porque no estuvo, el técnico querría saber:

— No fuiste a buscarme ésta vez, ¿verdad?

— No. Me hice la fuerte.

Cande mostró sus delgados bíceps; y entre sonrisas, Terruce preguntaba:

— ¿Y funcionó?

— Tuve que. ¿A ti cómo te fue?

El drama se hizo de él que diría:

— ¡Sufrí como un abandonado!

Ahora la rubia reía de su gesto.

— Entonces me dije: hoy no voy a poder vivir si no la veo antes de partir.

— ¡Exagerado qué eres!

— ¿Te lo parece? Heme aquí.

Y porque lo vio guapa y casualmente vestido, ella cuestionaba:

— ¿Adónde vas tan temprano?

— Si no te molesta, me gustaría acompañarte al trabajo.

— ¡¿En serio?!

— Sí.

— Wow. Eso sí qué es sorpresa.

— No te desagrada, ¿verdad?

— Para nada, al contrario.

La rubia se colgó de su brazo.

Por la banqueta anduvieron unos pasos hasta que él, que sabía que usaría un servicio de taxi, se puso alerta y ordenó inmediatamente el que iba pasando por la avenida.

Estacionado frente a ellos, Terruce abrió la puerta trasera para que Cande subiera; y en lo que ella se acomodaba, él pidió que se le abriera el cofre para ir a meter la maleta.

Seguido de dejarla en su lugar, el apuesto hombre regresó con la rubia cual sonriente indicó al chofer adónde ser llevados: el centro de Manhattan.

En el instante que el vehículo se pusiera en marcha, ella rodeó con sus brazos el cuello de quien iba a su lado.

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