Capítulo 10: Parte D

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Terruce pasó dos horas con el amigo aquel.

Sintiéndose ciertamente liberado, el técnico se dirigió a su trabajo.

Allá, otras dos horas pasaron tratando de contestar a lo que Jimmy parecía no entender hasta que...

Sumido en una caja de cartón y con la mirada clavada en el suelo, Jimmy preguntaba:

— ¿Los van a castigar cuando los atrapen?

— Mark ha dicho que sí.

— ¿Qué edad tienen las víctimas?

— Más o menos la tuya.

— ¿Y cómo los convencen para...?

— Con simples engaños.

— ¿A mí me podría pasar?

— Si no tienes el debido cuidado... sí. Por eso, es importante que tú digas en casa con quién y dónde estás, qué haces, a qué hora vas a volver.

— Yo pensé que sólo a las chicas les pasaba.

— Pero ya viste que no. Ambos sexos son presas de ese tipo de gentes.

Con lo finalizado, Jimmy enmudeció.

Terruce que también estaba sentado pero sobre el escritorio, se puso de pie diciendo:

— Bueno, creo que es hora de que nos pongamos a trabajar.

Mostrándose animado, el jovenzuelo cuestionaba:

— ¿No me contarás ahora cómo te fue con la señorita Cande?

— Lo hago más tarde, ¿te parece?

— Está bien.

— Por cierto... ¿Bob?

Éste estaba de pie sosteniendo un libro de inventario y en lo que realizaba uno prestó atención a lo siguiente:

— Anoche encontré una muy desagradable visita en mi casa.

Con cierto fastidio, se inquiría:

— ¿No me digas que tenemos ratas?

— Esas no sé, pero sí hallé a Susana ahí.

— Que para el caso es lo mismo.

— ¡Jimmy! — se le reprendió.

— ¿Qué? Además —, con dificultad alguien se desatoraba del cajón, — ¿cómo es que fue a dar allá?

— Tú la dejaste pasar.

— ¡¿YO?! ¡¿CUÁNDO?!

— Ayer —, bromista, Terry le pegó en la cabeza volviendo el chico al hoyo donde estaba, — al salir detrás de Bob.

Joven y dueño se miraron, diciendo éste último:

— Cuando estabas en la patrulla.

— Aquí se quedó y no salió hasta que yo llegué.

— ¡Qué mujer tan buscona! Pero... —, alarmado Jimmy miró al técnico. — ¡No pasó nada entre ustedes, ¿verdad?!

— Por suerte no, pero cometí un error... la invité a salir.

— ¡Bob! —, el jovencito le extendió su mano a señal de ayuda. — ¡Sáqueme de aquí porque se merece que lo mate!

— ¡Vaya, ¿tú también?! — porque el otro había sido Charles el amenazador.

— Y agradece que la señorita Cande no está aquí porque también lo haría por... ¡casquivano mujeriego!

— ¡Mira éste!

— ¿Por qué lo hiciste? — Bob no pensó que fuera a seguir su consejo.

— Por un estúpido arranque de celos —. Y mirando a su celestino continuó diciendo: — Y si hubieras visto lo que yo...

— ¿Qué hizo?

Creyendo que iban a estar a su favor, se enteraba:

— Estaba besando a otro hombre.

— ¡Tú tienes la culpa! — respondió el chico.

— ¡¿Cómo?!

— ¡Por sonso y por lento! ¡Has tenido la oportunidad de hacerlo y...!

— Jimmy, escucha, no es fácil.

Come on! ¡¿No lo es dar un beso?!

— No a ella — que apareció en el local deseando:

— Buen día.

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