Capítulo 18: Parte A

119 39 7
                                    

El ruido del agua cayendo de un grifo, era lo único que se escuchaba.

En el momento que su amiguito partiera viéndolo también cerrar la puerta del apartamento, Terruce se condujo al baño donde hubo corrido la rubia.

Ella yacía sentada en el borde de la bañera, y con su mano jugaba el agua caliente que ya había llenado un cuarto de tina.

Su mirada también parecía perdida; y al oírlo:

— Ya casi está — ella anunció, parándose de ahí para ir y ponerse frente a él y preguntarle: — ¿Quieres que te ayude a ingresar?

— Si eres tan amable.

Terruce, en lo que sacaba su camiseta, Cande se concentraría en el vendaje de su pantorrilla herida para de una vez revisar diez puntadas dadas.

— Te sangró un poco — se dijo luego de descubrirse.

— Tal vez fue en el último intento por levantarme.

Y precisamente por ese esfuerzo, ella recomendaba:

— ¿Y si dejaras el baño para después? Con paños húmedos será suficiente para limpiar tu cuerpo.

— ¿No te molestará dormir con un hombre sucio?

— No lo estarás si te aseo.

— No te preocupes —, él la tomó de la mano. — No pasará nada.

— ¿Estás seguro? —, ella se puso de pie. — Ya te has movido demasiado.

— Tarde o temprano tendré que hacer el intento para caminar.

Terruce le dedicó una sonrisa.

Por hacerlo, Cande quiso saber:

— ¿Ya no estás enojado?

— Contigo nunca —, el hombre besó un terso dorso.

La mujer lo haría también, pero serían sus labios acordándose él:

— ¿Ya no te duele?

— No, tu boca ha resultado ser bastante medicinal.

Un último beso y ella diría:

— Bueno, apóyate de mí para ponerte de pie.

Terruce así lo hizo, habiéndose sujetado de ella y de la pared.

Con suma práctica, Cande lo desabrochó de cinturón, botón y cierre.

Luego y dejando su morbo de lado, le ayudaría a liberarse de dos prendas.

Totalmente desnudo, el herido se sentó en el borde de la bañera; y sujetándose con fuerza, se giró para meterse al agua, quedando su talón en el borde anteriormente usado para proteger su pantorrilla lastimada.

— ¿Quieres que te frote la espalda?

Mala idea no era, pero él optaba por:

— No, sólo quiero quedarme aquí.

— Bueno, estaré afuera por si necesitas algo.

— ¿Cande?

Ella ya se había girado; y tuvo que volver a él al decirle:

— Dime.

— ¿Adónde se fue Neil?

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora